Vestía de tacón alto y falda corta, y una blusa de escote que invitaba a pecar al más santo.
Habíamos conocido a Lola casi sin querer, se había cruzado en nuestras vidas de improviso y esa noche con un desparpajo que llegaba al descaro nos terminó paseando por uno de esos clubs donde la moral es liviana y las reglas sociales ambiguas.
Acabamos los tres en un reservado de luz tenue con olor a vicio y desinfectante.
Jugando con las palabras y caldeando la conversación cuando no era a una la que se le subía la falda era a la otra la otra la que se le abría el escote y el bulto de mi entrepierna ya iba siendo difícil de disimular, las manos empezaban a perderse torpemente entre unos muslos y otros un roze aquí, una caricia allá y la temperatura subió hasta hacer aparecer las primeras gotas de sudor lascivo al descubrir que no había frontera debajo de su falda.
Fue el momento en que ellas juntaron sus bocas y yo acariciaba sus labios dando aquel acto inicio oficioso a una batalla de sexo desenfrenado que ninguno pudimos evitar.
El combate de lenguas había comenzado, mi vástago de hierro se debatía entre dos amazonas mientras yo salivaba como el perro de Paulov sintiendo la llamada de una boca a otra, de unos pechos a otros, de una entrepierna a otra...
El duelo entre los tres continuó incrementando el climax cuando mi chica me susurró con una sonrisa lujuriosa "vacíate dentro de ella" .
Lola cabalgaba desbocada sobre mí mientras se destrozaban las bocas a lengüetazos cuando un intenso gemido de placer anticipó su orgasmo, mi semen brotó con un estallido mientras se retorcía en mí estaca y yo estrujaba sus enormes pechos.
El combate había terminado y mi guerrero victorioso se retiro del ring, mi caldo rezumó cayendo entre sus muslos mientras con cara de sorpresa me decía.
- ¿¿Te has corrido dentro??
- Tranquila, no preño.
- Jajaja, Ya lo sabía...
- Pero que zorras sois las dos...