Un viernes quedamos a cenar en nuestra casa con varios amigos de Eva. Aquel día mi mujer iba muy sexi con un vestido entallado con trasparencias que resaltaba su figura y le cubría hasta la mitad de sus muslos. Se lo había probado sin ropa interior, pero al ver que se veían sus pechos a través de la tela del vestido, se había puesto un conjunto de encaje muy vistoso. Aquel día Eva se había levantado con un brillo especial en su mirada, mezcla de inocencia y picardía, quizás el comienzo de la primavera o que estaba en fase de ovulación.
Después de los saludos de rigor y de contarnos que tal nos iba, ya nos íbamos a sentar en la mesa para cenar, cuando Eva con toda su gracia y desparpajo me dijo sonriendo traviesa que iba al baño a hacer un pis. Le di un beso mientras aprovechaba para tocarle su trasero y subirle el vestido y la dejé marchar. No tardó en volver y sentarse a mi lado. La noté agitada y ruborizada. Le pregunté si estaba bien y le acaricié su pierna sedosa y suave, para ir avanzando suavemente por debajo de su falta hacia su entrepierna que noté pegajosa. Cuando llegué a sus braguitas, me percaté de que estaban empapadas. En un primer momento pensé que estaba cachonda, pero luego me di cuenta de lo que había pasado. Le pregunté con sorna quién había sido el afortunado y ella me contestó que Diego, que ya me contaría más tarde.
Después de cenar, cuando ya estábamos recogiendo en la cocina, Eva me contó lo que había pasado. Parece ser que al entrar en el baño se había encontrado a Diego orinando y sin pensárselo dos veces le había cogida la picha, bajo la disculpa de que siempre había querido saber cómo apuntaban los hombres. El tema, nunca mejor dicho, se le fue de las manos. Al cogerla, me contaba Eva, que había quedado desconcertada porque había empezado a hincharse igual que un globo y se había escapado de las manos salpicando por todo el baño. Un poco avergonzada por el desastre que había causado y a la vez excitada por las dimensiones que había tomado aquel miembro viril, lo único que se le había ocurrido en ese momento para bajar el tamaño de aquel pepino había sido subirse la falda, bajarse las bragas y, apoyándose en el lavabo, ofrecer su sexo a Diego para que aliviase su desazón. Diego ante tamaña visión, no había desaprovechado la oportunidad que se le había presentado y se la había ensartado Además yo no me entregué, te entregaste tu hasta el fondo en un solo movimiento y, sin más preliminares, se había corrido inundando toda su concha. A Eva no le extraño el ímpetu de Diego, ya que siempre se quejaba de que su novia lo tenía a palo seco toda la semana. Rápidamente se pasó una toalla por su sexo, subió las bragas, bajó la falda, se retocó el pelo y salió azorada del baño dejando allí a Diego.
Me resultó un poco pintoresco lo que me contaba, pero no me extrañó. En su fase álgida las hormonas le hacían cometer locuras. Le pregunté si sabía que Diego estaba en el baño y me confesó que sí y que le había dado morbo entrar en el baño, porque había pensado que se estaba cascando una paja pensando en ella.
- “¿Y eso?” le pregunté.
- “Ya sabes que Diego siempre se queja de que su novia sólo le deja mojar los fines de semana y que tiene que aguantarse toda la semana. Hoy al llegar me dio dos besos, me dijo lo guapa que estaba y me estuvo sobando el culo disimuladamente por encima del vestido. No dejo de mirarme de arriba abajo desde que llegó. Antes que fuese al bajo, me fijé que el volumen de su paquete era considerable y supuse que se había empalmado al tocarme. Pensé que iba al baño a aliviarse pensando en mí. Por eso, decidí darle un susto y pillarle in fraganti”
- “ Y que hubieras hecho si le hubieras pillado masturbándose”
- “ Pues posiblemente lo mismo, me lo hubiera tirado. Cuando me manoseó el trasero me excité y ya le tenía ganas de antes. Además no veas qué mástil tiene, ya querías tú tener uno así … ”
No pudimos seguir hablando porque empezó a pasar gente por la cocina. Yo ya había notado que a Diego le gustaba mi mujer, pero a quién no. Siempre estaba muy atento con ella, se mostraba muy afectuoso y no perdía ocasión para tocarla las nalgas. Había observado que cuando se agachaba Eva, Diego no perdía la ocasión de mirar, con la esperanza de que al subir su falda pudiera ver sus muslos o con suerte sus braguitas. Progresivamente nuestros invitados fueron marchando. Eva le pidió a Diego que se quedase un momento, que tenía que hablar con él unas cosas. Cuando marcharon todos, Eva llevo a Diego a la cocina, mientras yo quedaba sentado en un butacón. Baje el volumen de la música del salón y escuche como Eva le pedía perdón a Diego por el incidente del baño. Diego le contestaba jocoso:
- “No te preocupes que yo no me arrepiento, lo he pasado muy bien”. Eva le dio un empujón y le respondió
- “¿Y tu qué crees, que no lo pasé yo también bien?”
- “A juzgar por tu precipitación y lo asustada que saliste del daño, me pareció que no. Que te arrepentiste de haberte entregado a mí.”
- “Yo no me entregué, sucumbiste tu a mis encantos, y no me arrepiento de lo que hice, volvería a hacerlo”. “Vete a ducharte y te lo demostraré” "Hoy te tocó la lotería".
- “¿Seguro?”.”¿No te arrepentirás?”
- “Seguro”. “Espérame en la ducha que voy a decírselo a mi marido”.
- “¿El qué?”
- “Que estoy hambrienta de sexo y tengo ganas de follar, quiero sentiros a los dos a la vez dentro de mí.”
Salió de la cocina y se dirigió al salón, mientras Diego fue al baño a ducharse. Eva me rodeó con sus brazos por la espalda y dándome un beso en la frente, me dijo que tenía ganas de hacer el amor con Diego y me preguntó si me unía. Yo asentí y ella me pidió que le bajase la cremallera del vestido. Dejó caer el vestido en el suelo y se quitó la ropa interior, dejando al descubierto sus encantos. La mire de arriba abajo y ella se recreó en el morbo de mi mirada. Sus ojos derrochaban ternura, misterio, sensualidad. El rojo intenso con el que se pintaba sus labios eran la viva imagen de la lujuria. Las curvas de sus piernas rectas y proporcionadas y sus pequeños pies parecían los pétalos en cuyo centro confluía su sexo peludo, oscuro y profundo, para luego ascender por su estrecha cintura a sus prominentes pechos, que altivos mostraban unos pezones desafiantes. Así, se dirigió al baño descalza, entró y cerró la puerta. Yo no pude esperar, me desnudé y entré en el baño. Allí estaba Diego en la ducha frotando con una esponja la espalda de Eva. Al oírme entrar, Eva se dio la vuelta y se agachó en la ducha. No veía lo que hacía porque el cristal de la mampara estaba empañado, pero ella pasó la mano por el cristal para quitar el vaho y pude ver el descomunal miembro del que había hablado Eva, mientras lo restregaba con la esponja y tiraba de su prepucio para dejar al descubierto su enorme bellota. Se levantó y con la esponja enjabonó su delicada piel, frotó sus pechos, sus axilas, sus ingles, su coño, sus mullidos glúteos y terminó en la profundidad de su cavidad anal. Después de aclararse, salieron los dos de la ducha. Eva aprovechó para agarrar con cada una de sus manos nuestras hinchadas pollas y las juntó para compararlas. La mía era más gruesa pero más corta que la de Diego. Ella sonrió y mirándolas dijo “Estoy deseando probarlas y ver cuál me hace gozar más”. Degustó ambas alternativamente, mientras se relamía al cambiar de una a otra, hasta que me zafé de ella y me metí en la ducha. Eva se puso un albornoz y le pidió a Diego que le secase el pelo. Cuando salí de la ducha, guardó el secador y nos dio dos pastillas a cada uno que sacó del cajón. Nos dijo “Es para que estéis a la altura y no se os baje la lívido, que esta noche no vais a poder dormir”. “Os quiero con la polla bien firme” nos dijo sonriendo desafiante. Cogimos el viagra, lo tomamos y nos fuimos a la habitación. Eva atravesaba fases hormonales en las que sus estrógenos estaban desbocados y era cuando perdía el control y liberaba toda su sexualidad. Yo aprovechaba esos periodos y disfrutaba de esos momentos de libertinaje y no le ponía más limite que su placer y el mío.
Al llegar a la habitación, Eva me pidió con una mirada lasciva y mordiéndose los labios que me tumbase, que llevaba todo el día con unas ganas enormes de correrse y antes con Diego no le había dado tiempo. Ella se colocó encima de mí, se introdujo mi falo dentro de su ardiente almeja y empezó a cabalgarme como una posesa. Diego se quedó mirando, sorprendido por la fogosidad de Eva, viendo cómo había perdido toda su timidez, como danzaban sus pechos en aquel baile obsceno, como la cara de Eva había pasado de la inocencia a la pura lujuria. De repente Eva se detuvo, miro a Diego, le agarró la verga y le ordenó que la hiciese suya. Apoyó sus pechos encima de mi torso y levantó ligeramente su pandero agitando la cadera. Diego se colocó detrás de ella, mojó su glande con los jugos que fluían de la ardiente vulva de Eva y empujó hasta que se hizo sitio dentro de su vagina. Eva volvió a tomar el control y empezó a agitarse entre los dos, parecía estar extasiada, tenía la mirada perdida, la respiración entrecortada y temblaba. De repente nos gritó “Correros ya. ¡Joder!”. Apreté con fuerza sus nalgas mientras Diego le apretaba sus pechos y noté como se convulsionaba su cintura entre jadeos de placer. Nosotros no pudimos más y acompañando sus movimientos de cadera, descargamos violentamente todo lo que teníamos dentro, llenando su profunda caverna con nuestras semillas. Quedamos inmóviles saboreando el momento, cuando de repente nos sorprendió oírla llorar. Pensé que la habíamos hecho daño. Le pregunté y ella me contestó entre sollozos de felicidad. Nunca se había sentido tan llena, tan viva, y tan feliz de ser mujer y de su sexualidad. Nos entristecían sus sollozos, así que la liberamos y la acurrucamos entre los dos para reconfortarla y darle calor. Al cabo de un rato, ya se estaba riendo. Le pregunté el motivo de sus risas:
- “Menudo bochorno que pasé cuando se me escapó de las manos la manguera de Diego y empezó a salpicar en todas direcciones. La escena era digna de “videos de primera”. Nos reímos los tres y le pregunté sonriente:
- “¿Ya hemos conseguido apagar el fuego de tu interior con nuestras mangueras?”
- “La verdad es que lo habéis intentado y habéis dejado las sábanas todas mojadas, pero mi fuego interior no se apaga fácilmente”. En ese momento se reincorporó se puso a cuatro patas y colocó su caliente almeja salada sobre los labios de Diego, mientras le lamía su glande entre las sábanas.
- “Cómeme el coño que sigo estando muy caliente”. Diego saboreaba aquel manjar con suavidad, lamiendo y mordisqueando con sus labios la tierna mariposa de su vulva.
- “Más arriba”. “Cómeme el pececillo”. “Ahí”, le decía a Diego, que no daba abasto a lamer y tragar, a medida que con la excitación su útero iba contrayendo y liberando la carga de esperma que había quedado atrapada durante la monta.
Diego, que estaba también muy caliente degustando aquel chochete que le sabía a gloria y sintiendo a la vez los labios de Eva en su sexo, buscó el orificio de su ano y le introdujo un dedo tras lubricarlo en los jugos que fluían de su vagina. Ella dio un pequeño salto y le dijo que no le gustaba que le metieran el dedo en el ojete. Diego hizo caso omiso y continuó como si nada. Entonces, Eva me pidió que le pasase lubricado el “Terminator”, así llamaba a su vibrador, lo puso en marcha y se lo introdujo vengativamente a Diego, mientras le meneaba la polla sin piedad. Él no cesaba de masajear e introducirle sus dedos por su esfínter, así que Eva me pidió que me pusiese detrás de ella y la tomase por su cuca. Así lo hice, bloqueando el acceso de Diego a las nalgas de Eva. No pareció importarle mucho a Diego, porque pasó a meter sus dedos y su lengua en la vagina de Eva, lamiendo y tragando todos sus jugos que expulsaba mi polla, mientras la suya estaba a punto de estallar. Al ver lo salida que estaba mi Eva con aquel juguete en sus manos y como le chupaba a Diego el pene, tuve un cosquilleo por todo el cuerpo y estallé dentro de ella. Al terminar y salirme de Eva, Diego me sustituyó con su boca succionando su sexo como si estuviese comiendo marisco. Eva noto que Diego se iba a correr. Me pidió que sacase unas fotos para inmortalizar el momento. Así que cogí la cámara y me puse a grabar. Cuando Eva notó que el perineo de Diego se contraía, tomó su glande entre sus labios para recibir el fruto que había estado esperando. Con la boca llena, dejó escurrir parte de su semen por sus labios hacia su barbilla, mientras miraba con cara de viciosa a la cámara. Luego se dio la vuelta para introducirse la polla de Diego y le besó en la boca compartiendo con él la leche que le había regalado. Diego resistía con el mástil bien alto, parecía que la viagra era efectiva, y allí se retorcía con Eva encima de él, que excitada pedía más. “Haced conmigo lo que queráis, soy vuestra” decía. Así que cogí el “Terminator” y se lo ensarté entre sus nalgas. Ella quiso quitárselo, pero le cogí su mano y se la llevé a mi pene, que agarró tirando de él como si quisiese arrancarlo. Me susurró al oído “Todavía tienes sitio en mi almeja, empálame bien profundo con tu verga”. Así que busqué hueco junto a la polla de Diego y allí la metí. Notaba la estrechez del hueco, el vibrador haciendo su trabajo y a Eva que jadeaba diciendo que no aguantaba más y que se corría. Nosotros la acompañamos de forma simultánea y coordinada, moviendo nuestras cinturas al ritmo que marcaban las intensas sacudidas de sus caderas para dejar nuestra semilla en el rincón más íntimo y profundo de su ser. En ese momento nos envolvía una intensa sensación de ternura hacia Eva, yo la besaba en la nuca y Diego en sus mejillas. A ella se la veía imbuida por un sentimiento de felicidad y embriaguez, su sonrisa en aquella cara ruborizada y con el pelo revuelto le daba un aspecto angelical.
La verdad es que estábamos agotados, pero aquello no bajaba y Eva no parecía mostrar síntomas de agotamiento. Estaba hiperactiva y nos amenazaba con usar su “Terminator”, si no hacíamos lo que nos pedía. En esto sonó el teléfono de Diego, que se levantó y marchó al salón a hablar. “Creo que es su novia, que le reclama”, me dijo Eva. Al volver Diego confirmo que era así y que tenía que irse. Se vistió y guardo como pudo su prominente miembro en sus pantalones. Eva se reía y apretaba el bulto que salía del pantalón. Diego estaba preocupado porque no sabía que le diría su novia si le veía así. “Dile que te ha puesto cachondo verla y que te la vas a follar” dijo Eva entre risas. Yo, que entendía lo embarazoso de la situación, le presté uno de mis abrigos largos y Diego marchó escopetado, mientras Eva le lanzaba un beso y le decía “Animo, dale caña”.
Cuando marchó Diego, Eva abrió sus piernas, mostrándome su cuca húmeda y hambrienta, mientras me preguntaba “¿Dónde lo dejamos?” “A sí.” “Ahora que no está Diego, te toca a ti comerme la almeja y luego ya probamos a compartirla con el Terminator mientras visionamos lo que has grabado con la cámara”.