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Follamigos

"Sexo en pareja con nuestros amigos"

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Mi marido sabía desde antes de conocerme que cuando estaba ovulando o en celo, como decía él, me excitaba fácilmente, no usaba bragas y me tiraba al primero que me hiciese tilín. Por eso, procuraba ser él el elegido, pero no siempre tenía esa suerte. Esto no cambio mucho después de casarnos, aunque era más selectiva con los hombres y me solía reservar para el fin de semana.

Mi esposo me quería como era: salvaje, libertina, coqueta, a veces promiscua y muy sexualizada. No obstante, lo que yo tenía muy claro es que una cosa era desear sexualmente a una persona y otra quererla. Querer a alguien es algo mas que una simple calentura, implica compartirlo todo, sinceridad y comunicación. Contarle nuestras aventuras sexuales era una forma de expiar mis pecados de la carne, reconociendo los deseos y sentimientos mas ocultos y profundos de mi subconsciente, sin avergonzarme de ellos. De esta forma esos arrebatos de pasión dejaban de ser una infidelidad. Aparte de que mi marido siempre fue muy empático, sentía mi placer como si fuese suyo, se alimentaba de mi excitación, y a mi me gustaba compartirla con él. Estábamos seguros de lo que sentíamos el uno por el otro y por ello no éramos celosos. Nos dábamos la libertad que necesitábamos en cada momento, sin renunciar a estar juntos todo lo que podíamos. Lo que más nos une es que somos el sostén emocional el uno del otro y juntos encontramos el equilibrio, la serenidad y la seguridad cuando nos falta, y con ello la felicidad. Realmente, no necesitamos nada más que tenernos el uno al otro. Procuramos no juzgar o valorar lo que hace el otro, solo compartirlo, comprenderlo y aceptarlo. Ya es suficiente el peso de la conciencia de cada uno, como para estar sometido a los prejuicios de los demás.

Después de este prefacio voy a la historia que os quería contar. De aquella, llevábamos unos meses casados y habíamos institucionalizado el cenar los sábados con nuestras amistades. No queríamos que nuestro matrimonio fuera un punto de ruptura o de desconexión con nuestros amigos, como suele pasar en muchas parejas, en que la vida en pareja absorbe todo su tiempo. En aquella ocasión habíamos quedado a cenar en nuestra casa con Ramón y Alejandro, compañeros de estudios de Carlos. Mi marido llegaba esa tarde de un viaje de trabajo, así que preparé yo la cena. Cuando llegaron, les invité a unas cervezas artesanas que había adquirido Carlos en una tienda que había abierto recientemente en el barrio. Mientras degustábamos y probábamos los distintos tipos de cerveza, llamó Carlos para avisar de que el vuelo se había cancelado y no sabía cuándo podría coger el siguiente. Así que me pidió que cenásemos y atendiese a nuestros invitados en todo lo que necesitasen. “Pasadlo bien”, me dijo antes de colgar. Me sonó un poco extraña la despedida. Esperaba un ”te quiero” o “lamento no poder estar contigo” o “te echo de menos”. En fin, supuse que prefería ser positivo y no aguarme la cena, así que se lo comenté a nuestros comensales y nos pudimos a cenar. Debieron verme menos efusiva y eufórica de lo habitual, así que intentaban animarme con bromas sobre la comida. Es cierto que yo suelo tener una personalidad arrolladora, a veces parezco un torbellino que no para de hablar, me agobia el silencio. Saqué del frigorífico un moscato chispeante y dejamos la cerveza. Con él, se animó bastante nuestra conversación y mi mente retorcida empezó a darle vueltas a que podía significar ese “pasadlo bien” y a su petición de atender a los invitados en todo lo que necesitasen. Recordé haber hablado con mi marido en la cama sobre lo que me atraía su amigo Alejandro e incluso había fantaseado con tener una relación con él. La idea empezó a darme vueltas por la cabeza y la verdad es que la situación era de lo mas propicia. Habíamos terminado de cenar y sentados en el sofá bromeábamos y reíamos a carcajadas recordando anécdotas pasadas. Sentados uno a cada lado, en el curso de la conversación me tocaban de vez en cuando la pierna para llamar mi atención, lo cual me producía un cosquilleo. Me meaba literalmente de risa con lo que contaban, así que me fui al baño a hacer un pis.

Aproveché para llamar a Carlos para ver como estaba el tema del vuelo. Me dijo que le habían confirmado el viaje de regreso a primera hora de la mañana y me preguntó por la cena. Le conté que estábamos de cachondeo y que me estaba meando de risa con ellos.  “¿De cachondeo o cachondos?” me pregunto. “¿De cachondeo, pero si quieres los pongo cachondos?”, le respondí. “Lo que tu veas, sólo ten en cuenta que a la vuelta voy a ser yo el que te ponga cachonda”. Me despedí con un sonoro beso y colgué. Tenía las bragas húmedas, así que las metí en la cesta de la ropa sucia, bajé mi falda y salí. Cuando volví, me senté de nuevo en el estrecho hueco que había entre ambos y seguimos recordando viejos tiempos. Estábamos riéndonos de los problemas de hirsutismo facial de una amiga y he aquí que de repente Ramón vio un pelo negro asomar por el escote de mi blusa. Al verlo le pedí horrorizada que me lo quitase, lo que aprovechó para recrearse en mis pechos que presionaba y manoseaba por encima de la ropa con la disculpa de arrancarme el dichoso pelo. Para no se sintiese apartado, corrí la falda hacia arriba mostrando mis muslos a Alejandro que estaba contemplando como se sobrepasaba Ramón. Alejandro debió de pensar acertadamente que quería tema, puso sus manos en mis muslos y metió una de ellas por debajo de la falda hasta llegar a mi frondoso bosque, notando que ya había perdido mis bragas. Al ver que me tumbaba ligeramente para facilitarles que me tocasen, confirmaron que estaba receptiva y que podían continuar. Mientras me tocaban me recorría por todo el cuerpo un intenso cosquilleo. Abrí mis piernas y empecé a respirar profundamente. Empecé a sentir que era de ellos y que podían hacer con mi cuerpo todo lo que quisiesen.  Alejandro ya me lamía con un ardor inusitado la concha alrededor de mis labios vaginales, mientras me introducía un dedo en el coño y otro en mi culo. Ramón tampoco se quedaba atrás, me había abierto mi blusa y, tras sacar mis pechos de mi sostén, lamía la aureola de mis pezones tensos y duros por la excitación y luego los succionaba. Alejandro alentado por Ramón se levantó y cogió varias verduras que había visto en la cocina. Primero me introdujo una zanahoria por el trasero y luego me metió un plátano por el chichi, jugando con ellos al ritmo de mis quejidos y movimientos. Todo mi cuerpo se contorsionaba y mi cara debía ser un poema. Mordía mis labios para soportar el placer que estaba sintiendo y perdía mi mirada en una marea de sensaciones turbulentas. Ramon aprovechó para sacarse la minga que tenía atrapada en su pantalón y la puso en mis labios. Le lamí su capullo con la punta de mi lengua y me introdujo toda su polla en la boca hasta casi atragantarme. Mientras se agitaba dentro de mi boca sentía sus latidos en mi lengua, como manaban de ella gotas con sabor a mar, como se tensaba cada vez que apretaba mis labios. El olor a almizcle que desprendían sus testículos lo inundaba todo. Me sentía trasportada a cuando tuve mi primera relación sexual. Alejandro ya había dejado de jugar con las verduras y por fin me había penetrado mientras amasaba mis pechos. Empezaba a notar un cosquilleo en mi interior, no iba a tardar mucho en llegar al orgasmo. Tener dos machos dedicados en cuerpo y alma a darte placer es algo que no puedo aguantar mucho tiempo. Alejandro me susurraba algo al oído, agitando violentamente su cimbrel dentro de mí mientras me apretaba las nalgas con sus manos y yo succionaba con ganas la verga de Ramon. Pensé que lo que me susurraba eran obscenidades, pero luego le entendí que estaba diciendo que era u una mujer preciosa, “su princesa” y que me adoraba. Desprendía un olor a sándalo que me excito aún más y aquellos susurros. Ya no pude aguantar más, solté el pene de Ramón, giré mi cabeza, agarré la de Alejandro y le besé apasionadamente. Mi cintura perdió su control y empecé a temblar, me agarré con fuera a su cuerpo y entré en un profundo éxtasis. Alejandro, viéndome así, descoyuntada y sintiendo que era suya, no pudo más y empezó a liberar chorros y mas chorros en mi interior, mientras mi útero se contraía continuamente al sentirlos.  Al terminar, continuamos unidos mientras, columpiábamos armoniosamente nuestros cuerpos, me acariciaba el cabello, besaba mi nuca y observaba como giraba mi cabeza y le volvía a comer el nabo a Ramon. Solté la espalda de Alejandro a la que me había agarrado en pleno orgasmo, acaricié el perineo y los testículos de Ramon y no tardé en notar como empezaba a eyacular como un loco. Tuve que empujarle para sacar su verga de mi boca y evitar que me ahogara con la lefa que fluía de ella. La verdad es que salpicó por todos lados y dejó perdidas nuestras caras de su semen. Nunca había conocido a nadie con tanta virilidad y potencia de eyaculación. Cuando terminó, miré a Alejandro a los ojos y tragué el semen, saboreándolo, dejando escurrir parte de él por la comisura de mis labios y recreándome ante su mirada, mientras él sonreía por la gracia con que lo hacía. Después de relamer mis labios, lamí de su cara las salpicaduras de Ramón hasta que quedó presentable. El me miro, besó mi boca pringosa, abrazándome con fuerza, mientras me decía que  era muy hermosa y estaba enamorado de mi. Alagada, sonreí, encoñada pensé, le besé apasionadamente y le pedí que me soltase para ir a ducharme. En el baño me encontré a Ramon secándose con una toalla. Me dio un beso y me dijo que había sido una cena y un polvo inolvidable, pero se tenía que ir. Cuando salí de la ducha, entró Alejandro. Me estaba peinando frente al espejo, cuando me agarró por detrás y apretándose contra mí me empezó a besar la nuca. Sentí un escalofrío por mi cuello mientras le observaba a través del espejo. Me dijo que nunca había conocido a una mujer tan atractiva, apasionada y pasional como yo. Me pidió pasar la noche conmigo. Yo rendida a sus encantos, desarmada e indefensa no se lo pude negar. Me cogió en brazos, me metió desnuda entre las sabanas y me acurrucó. Cuando desperté, ya no estaba, miré en el resto de la casa. Vi que había recogido el salón y se había ido. Volví a la cama a rememorar lo que había pasado y lo que había sentido, parecía un sueño. Al poco llegó mi marido. Cuando entró, me levanté y me eché a sus brazos. El me besó, dejó la maleta, se quitó la ropa y se metió conmigo en la cama. Estaba agotado después de no haber podido casi dormir. El, que me conocía mejor que yo a mi misma, me pidió que le contara como había ido la cena. Lo que le conté no le sorprendió. Sus amigos ya le habían hablado de la atracción sexual que desprendía mi persona y el a su vez ya les había contado algo de que la nuestra era una relación abierta basada en la confianza. Carlos sabía que tarde o temprano pasaría, pero lo que no quería era que se viese afectada su amistad. Así que me pidió que no les dijese nada de que se lo había contado y lo mantuviese con ellos en secreto como si no hubiese pasado.

No supe más de Ramon y Alejandro durante la semana siguiente, lo que me tranquilizo. Tenía miedo de que se hubieran encaprichado de mi y ello generase tensiones con mi marido. El viernes Carlos volvió a quedar con ellos para cenar el sábado en nuestra casa. En esta ocasión se apunto Marga, una amiga con la que sabía que Carlos había tenido algún affaire antes de conocerme. Marga era una mujer delgada, algo retraída e insegura. Todas las veces que la había visto, siempre vestía con la misma estética de pantalones ajustados y jersey de cuello alto de cachemir en tonos oscuros. Estaba bien proporcionada de pecho y nunca usaba sujetador. Creo que odiaba, a diferencia de mi, que la ropa interior se viera o se le marcase. Por eso solo usaba tangas, de modo que el pantalon siempre se ajustase a las curvas de unos glúteos bien definidos. En esta ocasión, yo me puse una falda negra de cuero por encima de las rodillas combinada con una blusa de encaje blanca atada al cuello con un lazo negro, que cuando se pegaba a mi cuerpo permitía ver mi sujetador. El conjunto que llevaba en un tono cremoso era de los que me gusta usar habitualmente: de puntilla con motivos florales, el sujetador de aros y sin relleno y las braguitas tipo hipster. En definitiva, vistosa y llamativa, como a mí me gusta cuando no estoy trabajando. Cuando llegaron los invitados, me dieron un beso. Durante toda la cena se mostraron indiferentes, como si no hubiera pasado nada el sábado anterior. Todo iba bien hasta que salí del salón y fui al baño. Cuando estaba en el lavabo, entró Alejandro, cerró la puerta, me agarro por la cintura apretando su abultado pantalon contra mi trasero y me empezó a besar por el cuello. No pude resistirme, me excité con el morbo de la situación, pensando que Carlos y Ramón estaban en el salón. Él lo notó en mi mirada y en los movimientos de mi cintura. Me subió la falda y me bajo las bragas hasta las rodillas, penetrándome violentamente. Di un pequeño gemido. Alejandro se detuvo y me pidió que no hiciese ruido, porque si no nos iban a oír. Yo asentí con la cabeza y él continuo con mas suavidad mientras me susurraba al oído: “¿te gusta cómo me muevo, quieres que me corra?”, “estás tan buena que te estaría follando día y noche”, “te voy a llenar de mi semilla hasta dejarte preñada” … Yo asentía a sus preguntas y contorneaba mi cintura y eso le excitaba aún más. Veía mi rostro y el de Alejandro por el espejo, nuestras caras eran un poema. Me veía con el pelo cubriendo parcialmente mi rostro, con una cara de viciosa que no conocía. De repente, Alejandro miro al espejo y algo vio en mi rostro que sufrió un espasmo y se corrió violentamente, levantándome del suelo en cada embestida cogida por la cintura. Me empezaron a temblar las piernas y le seguí en el orgasmo. Menos mal que me sujetaba, porque si no me habría desplomado. Cuando recuperé la compostura y saco su verga de mi interior, oí un chapoteo, parte de su semen había salido de mi cayendo al suelo. Él se agachó y me subió las bragas, mientras me decía que no me lavase, que quería que lo dejase en mi interior.

Alejandro se recompuso y salió en dirección al salón, mientras yo fui a la cocina por unas botellas. Al volver, el sofoco en mi rostro y el rubor en mis mejillas me delató ante mi marido, pero él no dijo nada y continuó la conversación con nuestros invitados como si nada. Siguió tomando chupitos, hasta que Alejandro hizo el comentario de que ya era tarde y tenía que marchar y los otros dos invitados se unieron. Marga se acordó de que se había dejado en el coche una botella de Barón Rojo que nos quería regalar. Dijo que iba hasta el coche y nos la subía. Al quedarnos solos, le confirme que Alejandro se había encoñado de mí. Me contestó algo molesto que le parecía que estaba abusando de su amistad. Di un beso a mi marido, cogí su mano y la llevé a mis bragas mojadas, diciéndole, “No te enfades, si te ha dejado un regalito, ¿no quieres comer centollo?”. Él se rio, me arrojó sobre la cama, me arrancó mis bragas y metió la cabeza entre mis piernas, cuando de repente nos asustó el pitido del timbre de la puerta. “Luego continuamos, voy a abrir”, me dijo. Se reincorporó, arrimó la puerta de la habitación y yo me quedé quieta esperándole, con mis piernas abiertas y flexionadas apretando mi chocho para que saliese todo el semen que me quedaba dentro. De repente entraron ambos, Carlos con la botella de ron en la mano para enseñármela. Nos quedamos los tres cortados y paralizados. No se lo que pensó Marga en ese momento, pero se acercó a mí y depósito cuidadosamente sus labios en mis labios vaginales, mientras su lengua los recorría suavemente, recreándose con su lengua en el semen que escurría de mi interior. Carlos, viendo que yo empezaba a gemir y acariciaba el pelo de Marga, se arrodilló, le quito los leggings a Marta, apartó su tanga y sin ningún preámbulo la folló. Al ver las caras de placer de Carlos y Marga y la boca de ella jadeando y llena de la leche de mi vulva, agarré mi vientre y me vine, seguida de Carlos y Marta cuando oyeron mi respiración agitada y sintieron mis movimientos pélvicos. Sudorosos nos fuimos a duchar los tres. Después de ducharse Carlos le dio un beso en la frente a Marga y le pidió que se quedase a dormir. Le ofrecí uno de mis camisones y nos metimos los tres en la cama. Pasamos la noche durmiendo y follando. Bueno, quienes realmente follaban eran ellos, yo me conformaba con masturbarme con un dildo y ver cómo se corrían, mientras yo les acariciaba sus zonas erógenas. A la mañana siguiente nos despertó el teléfono, llamaban a Carlos por una urgencia. Se vistió, nos dio un beso a ambas y se despidió con una sonrisa y un guiño, diciendo “Esto hay que repetirlo”. Nosotras nos quedamos tranquilamente hablando en la cama. Me contó lo que ya sabía acerca de la relación que había tenido con Carlos y que lo habían dejado porque la relación se había vuelto tóxica por sus inseguridades y miedos. Me dijo que se alegraba de que estuviese conmigo, porque le veía centrado y nos complementábamos. Decía que se notaba que nos queríamos mucho, tanto como para compartir nuestro lecho con otra persona y disfrutar ambos, sin resentimientos, remordimientos ni malos royos. Asentí, “cuando nos casamos nos juramos fidelidad y mantenemos nuestro juramente. Yo le soy fiel a Carlos y a nuestros compromisos: de mantener nuestra libertad, de no cerrar la puerta a nuestros deseos e instintos, de ser siempre sinceros y no ocultarnos nada aunque no nos guste o sea vergonzoso, de no juzgarnos por lo que hacemos o pensamos, en definitiva de ser espíritus libres”. “Suena muy bonito, pero mi vida no es como la vuestra” me contestó. “Ahora estoy viviendo con un hombre bastante mas mayor que yo, que está enfermo y camina con muletas por un problema en la cadera. La verdad es que me da estabilidad en el caos que es mi existencia y me da libertad de salir cuando y con quien quiero, pero no tengo vida sexual. Llevaba seis meses sin echar un polvo. Por eso cuando te vi esperando así a Carlos no pude controlarme”. Nuestras confesiones se vieron interrumpidas por la llamada de Alejandro. Me dijo que necesitaba hablar conmigo urgentemente, así que quedamos en una hora a tomar un café. Cuando llegué me estaba esperando sentado en una mesa. Pedí en la barra que me llevaran un café y me senté frente a él, después de darle un beso. Le pregunté que qué era eso tan urgente que tenía que contarme. Después de dar varios rodeos me contó lo que ya me imaginaba, que se había enamorado de mí. Lo que me sorprendió fue que me pidiera que lo dejara todo y me fuera con él. Le contesté un poco alterada:

-            Estuviste en nuestra boda, eres amigo de Carlos desde su infancia y ¿me lo pides a mí?  ¿No crees que deberías hablarlo con él primero?  Sabes cómo nos conocimos Carlos y yo y lo que hemos vivido. ¿No te has dado cuenta de que es el hombre de mi vida, que yo ya no se vivir sin él y que nunca le traicionaría?

-            Ya, pero yo te quiero y tu me has demostrado que también.

-            No te engañes, el que hayamos follado un par de veces, conectásemos y nos sintiésemos muy unidos, no significa que tengamos una relación como la que tengo con Carlos.

-            No me mientas, sé que estáis mal y por eso buscas lo que te falta. Yo te ofrezco una nueva vida, formar un hogar, tener hijos.

-            Mira, yo estoy encantada con mi vida, ya tengo un hogar. Nunca he estado más feliz. ¿De qué hablas? ¿No sabes que tenemos una relación abierta porque así lo decidimos desde que nos conocimos?

-            No. Pensaba que estabas buscando como salir de tu relación con Carlos.

-            Pues al contrario, tenemos una relación plena. Yo confío en él y él en mi. ¿O crees que no le he contado lo nuestro? Si quieres compartirme y pasar un buen rato, yo no tengo problema en acostarme contigo, porque me atraes, pero no esperes más de mí. Sólo podemos ser follamigos.

-            Yo no podría compartirte como hace Carlos, porque te quiero.

-            Tu lo quieres todo y eso no puede ser. ¿Crees que Carlos me quiere menos porque no le importa que me folle a otros hombres? Al contrario, el me acepta como soy y no le importa si tengo una aventura, si ello me hace feliz. Es más, se alegra y le gusta que me acueste con otros hombres, si yo soy feliz con ello, porque no es egoísta y piensa solo en mi felicidad.

Alejandro cambió su semblante dulce por otro mas hosco. No acababa de entender que mi marido, si realmente me quería, me permitiese tener relaciones con otros hombres. No entendía que estas aventuras no significaban nada, que sólo eran ocio y diversión, que no era el sexo lo que realmente nos unía. No se daba cuenta de que había algo más entre nosotros, que yo estaba enamorada y admiraba a mi marido, que mi estado emocional estaba unido al de él. No comprendía que no queríamos una relación sumida en la rutina, ni de sumisión, sino que queríamos seguir viviendo la vida intensamente, que en nuestra relación nos estábamos conociendo y redescubriendo continuamente, que nos gustaba sorprendernos el uno al otro y, sobre todo, que el otro lo era todo y estaba por encima de todo. Resignada en su cerrazón, le di un beso de despedida y Alejandro abandonó la cafetería cabizbajo y decepcionado. Me sabía mal que se fuese así, pero no podía hacer nada por que me entendiese. Pensé en Carlos y recuperé el ánimo. Tenia ganas de contarle mi conversación con Alejandro.

El sábado siguiente volvimos a quedar, pero Carlos no fue capaz de hablar con Alejandro para quedar. Ese sábado sólo vinieron Ramón y Marga. Marga venía mas alegre que otras veces, parecía que la terapia sexual de la semana pasada le había venido bien. Durante la cena estuvimos hablando del sexo y de la liberación de la mujer. Marga no entendía la represión que percibía en la sociedad de las pulsiones sexuales de la mujer. “Se ve bien que un hombre mantenga a la vez relaciones sexuales con varias mujeres, pero no cuando es la mujer la que lo hace”. Afirmaba que notaba cada vez más una progresiva regresión a épocas pasadas, una represión de la sexualidad por parte de la sociedad, que curiosamente hoy en día carecía de fundamento, dados los medios que existían para evitar quedar preñada, prevenir y tratar las enfermedades de trasmisión sexual y el derecho que se reconoce a la mujer para interrumpir el embarazo. Marga defendía firmemente el sexo como algo que une a las personas, crea lazos entre ellas, resuelve conflictos y las cohexiona. Carlos añadía que además es relajante, libera del estrés, nos hace menos agresivos y desarrolla nuestro instinto de protección y cariño hacia la pareja. Yo tercié para indicarles que se olvidaban de lo más importante: que es extremadamente placentero, acrecienta nuestra creatividad, nos da vitalidad, sentido a nuestra vida y nos hace crecer como personas.

Cuando terminamos de cenar, Marga nos dio las gracias y nos dijo que tenía que irse, que la estaba esperando su pareja. Tras despedirnos, quedamos con Ramon bebiendo la botella de ron que nos había regalado Marga. Mi marido, que estaba muy alegre y cariñoso conmigo, le dijo a Ramón. “Cambiando de tema, ¿has visto que buena está mi mujer?’, mientras me sentaba en su regazo y me hacia arrumacos. A Carlos le encantaba mi figura, lo bien que lucia la ropa y que mostrase mis encantos femeninos: “Enséñale a Ramón ese culito tan redondito que tienes”. Me levanté, subí la falda y les mostré las braguitas que llevaba, dando una vuelta para que vieran lo bien que me sentaban. “Enséñanos un poco más, que queremos ver lo que escondes debajo de esas braguitas“, dijo Carlos. Me corrió un escalofrío de deseo por el cuerpo y pensé que porqué no, llevaba una semana de perros, llena de tensión en mi trabajo y me apetecía un buen polvo. Así que, ni corta ni perezosa, volví a levantar la falda y de espaldas a ellos me baje las braguitas hasta las rodillas. Sosteniendo la falda les mostré mis hermosas nalgas, mientras las movía con mis manos diciendo: ”Mirad que firmes, ¿queréis tocar?”. Me agaché un poco más y les enseñé mi potorro en toda su extensión, a la vez que les provocaba, moviendo mi culito y abriendo la concha con mis manos para que viesen que estaba húmeda. Mi marido no pudo más, se bajó el pantalón dejando libre su hermoso mástil, se levantó, me lo metió por detrás hasta el fondo de mi vagina, retrocedió conmigo y se sentó en el sofá mientras me tenia ensartada y cogida por la cintura. Allí, sentada encima de el, sintiendo su miembro firme dentro de mí, con mis piernas abiertas, empezó a masajearme el clítoris con sus dedos y a introducirlos para sentir como mis paredes vaginales envolvían todo su miembro viril.  Miré a Ramón que permanecía absorto, contemplando la escena y le invité a unirse, “¿Quieres mojar el churro? Seguro que mi esposo te hace un hueco”. Carlos le miro y empezó a estirar mis labios vaginales para hacerle espacio. Ramón no se lo pensó dos veces, introdujo su prepucio junto al pepino de Carlos y con su ayuda acabó haciendo compañía al de mi amado marido. Me sentí plena, llena, rebosante, completa.  Le pedí a Ramon que se moviese suavemente para disfrutar del momento. Mientras lo hacía, me desabrochaba la camisa y sacaba mis pechos por encima del sujetador para masajearlos suavemente y lamerme las aureolas de mis pezones. En cada uno de sus embates me recreaba en un mar de sensaciones placenteras que invadían mi vientre y subían hasta mis pechos. Mi Carlos apretaba el culo de Ramón contra mí, intentando que su enorme polla entrase más y más dentro de mí, mientras me sujetaba con sus piernas rodeando las mías inmovilizándome en aquella marea de movimientos alrededor de mi sexo. Noté que de repente Ramon dejaba de respirar y a continuación su miembro empezaba a vibrar, liberando su leche calentita en lo más profundo de mi vagina. Carlos dio un gemido y le siguió. Ante sus movimientos y la presión de sus cuerpos, estalló un resorte dentro de mí y mi cuerpo empezó a vibrar sin control, mientras me sujetaba con fuerza a Ramón. Cuando terminamos, permanecimos abrazados unos minutos, empecé a notar como salían los fluidos, escurrían hacia mi ano y caían por los testículos de mi marido. Empuje a Ramon y me liberó. Cuando me reincorporé, baje mi falda para ocultar mis piernas por las que bajaban ríos de semen y me dirigí al baño, pero  Carlos me retuvo, me quito la ropa que me quedaba encima y dijo: “vamos los tres a la cama”. Allí continuaron ambos besándome por todo mi cuerpo, mientras me entregaba a todas sus fantasías.

Después de aquello, quedamos con Ramón de vez en cuando, pero no para cenar. Vemos una película porno y luego follamos como locos.

Publicado 
Escrito por Carlos9873

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