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El panadero

"Amante de una sola noche"

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Notas del autor

"El amor no tiene porqué ser excluyente, se puede amar a dos personas a la vez. Eva"

 

Siempre he sido muy coqueta, una mujer a la que le gusta vestir con elegancia y a la vez sugerir y mostrar sus encantos. Me gusta sentirme atractiva y que los hombres se fijen en mí. Me alagan los piropos y sentirme observada y deseada. Además, soy una persona risueña y optimista que casi siempre gusto a los hombres.

Hace varios años, tenía la costumbre de ir a comprar el pan a la panadería del barrio más próxima a mi casa y siempre bromeaba con uno de los dependientes que me lanzaba pullas para provocarme. Como no siempre podía pasar a recoger el pan por las mañanas, lo dejaba reservado y lo recogía por la tarde cuando regresaba a casa. Le enviaba un mensaje al móvil que me había facilitado y él encantado me lo guardaba. Con el tiempo y la confianza que fue surgiendo entre nosotros, el panadero empezó a hablarme de sus problemas en casa. Para él era una válvula de escape contarle a alguien sus problemas y que le aconsejara. En definitiva, me convertí con el paso del tiempo en su consejera. Me contaba los problemas con su mujer, con su familia y la verdad es que me afectaba lo que le pasaba. Le había cogido cierto afecto. Me parecía buena persona, simpático y tenía un atractivo innegable. Yo también le contaba mis problemas en el trabajo, mis expectativas, lo que me apetecería hacer, lo que valoraba ... y acabamos convirtiéndonos en confidentes. Me gustaban mucho sus halagos. A veces me sacaba fotos cuando iba a la panadería sin que me diese cuenta y luego me las enviaba y elogiaba mi porte, mi forma de vestir, la gracia que tenía al moverme ... Yo le enviaba fotos de los “modelitos” que me probaba, me compraba o me regalaban a ver qué opinaba.

Como inevitablemente acaba ocurriendo en estos casos, las conversaciones comenzaron a derivar al terreno sexual, pese a que intentaba evitar que aquello no pasase de lo platónico. Yo estaba a gusto y solté un poco la cuerda enviándole las fotos de mi ropa interior que me pedía con el argumento de que si vestía tan bien por fuera, cómo iría por dentro. Cuando nos contábamos cosas, acababa pidiéndome que le enviase foto de esas prendas que lucían con tanta elegancia debajo de mis vestidos y yo se las enviaba. El luego se deshacía en elogios de admiración por lo bien que me quedaban. Creo que acabó conociendo la mitad de mi extenso vestuario interior y exterior. En aquellas fechas yo estaba un poco baja con mi físico, había pasado de una talla 36 a una 42 y estaba a dieta. Me agradaba que me piropearan y en aquel momento necesitaba de ello y acabó siendo adictivo. A mi marido no le importaba que hubiese engordado, estaba enamorado de mí y me decía que no le importaban unos kilos más. No le importaba mi físico, aunque sí que se fijaba o al menos a las demás si las miraba. El caso es que me gustaba tener el foco de atención de aquel panadero. que además tocaba mi fibra sensible cuando me hablaba de sus problemas con su mujer. Me contaba que ya nunca salían salvo para eventos familiares, solo se veían en casa y ella estaba siempre cansada y antipática y su vida sexual era casi inexistente. Me contaba que ella lo hacía obligada y sin ganas y nunca llegaba al orgasmo, lo que aún le producía más pesar. Para animarle, yo le enviaba fotos cada vez más sugerentes y atrevidas, incluso de mi cuerpo desnudo. Me ponía delante de un espejo después de ducharme y le enviaba fotos para que valorase como me veía y él alimentaba esos envíos deshaciéndose en halagos hacia mi cuerpo. Creo que esas fotos se convirtieron en su válvula de escape de la situación que vivía en casa y a mi también me servían para subir la autoestima. El también me enviaba fotos de la ropa interior que usaba y de su cuerpo y he de decir que no se veía nada mal en aquellas fotos y cada vez eran más provocativas. De hecho, alguna vez cuando estaba sola, me tocaba viéndolas hasta que me corría.

Un día me envió un mensaje diciéndome que había discutido con su mujer y no sabía si marchar de casa. Me pidió que quedásemos a tomar un café y hablarlo en persona, ya que por la panadería pasaba mucha gente y no quería ser la comidilla del barrio. Yo acepté y quedamos aquella misma tarde después de que cerrase la panadería. Al llegar a la cafetería le vi sentado en una mesa, se levantó y me dio dos besos. Lo que me sorprendió gratamente, ya que nunca habíamos tenido ningún contacto físico, más allá del rozar de las manos cuando me pasaba la bolsa con el pan.  Comenzó a contarme lo que le había pasado y le vi hundido, muy abatido e indeciso. Yo le cogí la mano e intenté infundirle confianza para que afrontase la situación de forma objetiva, serena sin tomar decisiones de las que luego pudiese arrepentirse. Poco a poco empezó a tranquilizarse y a contarme lo que había pasado. Lo que le superaba era que su hija se encontrase en medio de ellos y sufriese las consecuencias.  De aquel café marchó convencido de que tenía que hablar serenamente con su mujer y adoptar la mejor solución para todos. Esta vez fui yo la que le di un abrazo de despedida.

Al día siguiente no supe de él hasta la tarde. Me escribía diciendo que tenía más dudas que el día anterior y que no sabía cómo afrontar el problema. Necesitaba recomponerse y me necesitaba para ello. Yo le dije que contara conmigo para lo que necesitase. Entonces de sopetón me escribió: “Acuéstate conmigo” “Te invito a cenar y dormimos en un hotel”. Aquella proposición me dejó impactada, no sabía que decirle. Después de un rato le contesté que yo estaba casada y quería a mi marido incondicionalmente y no creía que le gustase. El me vino a decir que podía ocultárselo o si tanto me quería aceptarlo. No me extraño su respuesta, porque le había contado que entre Carlos y yo no había secretos, que sabía lo de las fotos que nos enviábamos y que, al contrario, le gustaba que fuese objeto de deseo de otros hombres si eso me hacía sentir bien. Carlos nunca había puesto obstáculos a mi coquetería con el género masculino, sino al contrario, la fomentaba. Pero acostarme con otro hombre era una cosa distinta y no sabía cómo reaccionaría. El insistió y me dijo que me esperaba a las 10 de la noche en un restaurante en el otro extremo de la ciudad para cenar. Que tomase yo la decisión de si me presentaba o no.

No sabía lo que hacer. Por un lado, aquel hombre me gustaba, era buena persona, tenía problemas y necesita mi hombro para recomponerse; pero por otro tenía un marido al que adoraba, al que le contaba todo y el a mí. Así que le llamé y le dije que quería contarle algo importante y si podíamos vernos en casa en media hora. Cuando llegué allí, estaba intrigado y al verme me dijo: “Te escucho”. Después de contárselo y de un pequeño silencio me respondió: “Ya sabes que yo te quiero para lo bueno y para lo malo, tal y como eres. Por eso me casé contigo. Si te impidiese hacer lo que te pide tu corazón dejarías de ser tu misma y yo eso no lo quiero”.  Yo le dije que necesitaba saber lo que sentía por él, aclararme, que me había enganchado emocionalmente y estaba desconcertada. Por un lado, no dudaba de lo que yo sentía por mi marido, un amor por el que haría cualquier cosa, pero, por otro lado, también quería ayudar a mi panadero y además sentía una mezcla de curiosidad y morbo por aquella propuesta. Quería tener a los dos y no perder a ninguno. Pero las palabras de mi marido me reconfortaron. Le dije que seguiría mis impulsos y a la vez le contaría todo lo que sucediese y sintiese. Al fin y al cabo, era esa confianza mutua y sinceridad de uno con el otro, lo que siempre nos había mantenido unidos. Así las cosas, le llamé y le pregunté si podíamos posponer la cita al día siguiente, con lo que se mostró conforme. Esa noche continuamos hablando mi marido y yo e hicimos el amor varias veces. A él le veía por un lado temeroso por mí, por si podía perderme, pero a la vez le excitaba mi osadía y sabía que yo deseaba acudir a esa cita.

Al día siguiente, a salir de trabajar pasé por la peluquería para que me peinaran y, ya en casa, cogí un conjunto de braga y sujetador sin estrenar con encaje de filigrana floral color marfil y sin relleno. Elegí un vestido blanco beige, liso y ligero que marcaba mis pechos y entallaba mi estrecha cintura. Tenía además cierto vuelo que me permitía mover libremente mis piernas y me cubría hasta las rodillas. Lo combiné con un cinturón ancho, una chaqueta de punto y unos zapatos de tacón, todo ello en un color “rojo pasión”. Unas gotas de mi colonia preferida en el cuello y en mi sujetador y, para terminar, unos pendientes de plata con un colgante llamativo y una gargantilla a juego. Me miré en espejo y me vi estupenda con mi bolso rojo. Mi escote dejaba ver ligeramente el sujetador y mis pezones se marcaban en el vestido como a mí me gustaba. El vestido se abría a partir de mi cintura con cierto vuelo y dejaba a la vista mis esculturales piernas, rematadas con unos finos tacones, que tanto adoraba mi panadero. Llame a mi marido, le avise de que marchaba a la cita y que le contaría todo a la vuelta. El me deseó que lo pasase bien y me pidió que cada hora le dijese algo.

Cuando llegué al restaurante, me estaba esperando sentado en una mesa vestido muy elegante con una americana, lo que me llamo la atención porque estaba acostumbrada a verle de jersey o con un mandil en el trabajo. Me dio las gracias por venir a la cita, un par de besos y me sujeto la silla para que me sentase. Se quitó la americana, debajo de la cual llevaba una camisa entallada que le marcaba sus pectorales y los músculos de sus brazos. Se mostraba tranquilo y con una sonrisa, lo que me infundió más confianza. Yo también me quité la chaqueta de punto que llevaba y la apoyé en la silla. El me pregunto si me había depilado.

-        ¿Porqué lo dices? 

-        Porque no veo que tengas ningún pelo en tus axilas

-        Las axilas me las depilo con frecuencia, al igual que las piernas, pero el resto de mi cuerpo conserva su vello original.

-        A mi el pelo en la ingle de la mujer me parece erótico.

-        A mi también, por eso lo conservo,

-        Hoy de qué color llevas la ropa interior.

-        ¿Como sabes que la llevo?, le contesté con una carcajada

-        Antes, al darte el beso, te he tocado la cintura y he notado las costuras de tus bragas.

-        Pues para saber el color solo tienes que asomarte un poco por mi escote y veras el color de mi sujetador.

Le pregunte que tal iba lo de su mujer, pero me pidió por favor no abordar ese tema para no estropear la velada. Durante toda la cena estuvo alagándome y a la vez provocándome. Me contó que le encantaban mis pezones, que cuando pasaba por la panadería se marcaban en ocasiones en mis vestidos y camisetas. Me decía que le gustaba también en mi forma de vestir el juego de las trasparencias de las camisas que usaba, que perfilaban mi hermoso contorno y mis pechos y mostraban mi ropa interior; cómo se me marcaban las bragas en algún vestido ajustado que usaba; de lo proporcionadas que eran mis tetas; de la cintura de abeja que tenía; de lo rectas y bien definidas que eran mis piernas; de lo bien que me movía de tacones, como si fuera una modelo que siempre los hubiese usado; de las curvas y dureza de mi trasero y de mis muslos abultados al llegar a la cadera. A lo largo de la cena le conté algunas de mis experiencias sexuales de juventud, que él escucho con atención pidiéndome detalles y explicaciones sobre los detalles más morbosos.

Cuando llegamos a los postres, me preguntó cómo había conocido a mi actual marido Carlos, le dije que aquello era sólo nuestro, que contárselo era una forma de traicionarle y que de ese tema no le iba a contar nada. El me dijo que lo respetaba y que era el momento de entregarme un detalle que me había comprado. Saco de una bolsa una rosa eterna conservada en una cúpula de cristal, lo que me sorprendió gratamente. Me levanté y le di un beso en los labios y le dije que me encantaba. El aprovecho mi proximidad para meter la mano por debajo de la falda y acariciar mis muslos antes de que yo volviese a mi silla. Me dijo entonces que tenía reservada una habitación en el hotel que estaba al lado y que, si me apetecía ir ya o tomar antes una copa. Le dije que prefería que subiésemos ya, porque quería volver a casa a dormir donde me esperaba mi marido. Ya le había contado que él lo sabía y tenía su beneplácito, aunque creo que no me había querido creer, que pensaba que le estaba mintiendo. Mientras él pagaba la cuenta, aproveché para enviarle un mensaje a mi marido, diciéndole que habíamos terminado de cenar y subíamos a la habitación.

Al salir del restaurante él me cogió por la cintura como si fuésemos novios, yo le pasé la mano por la espalda y caminamos apretados juntos hasta la entrada del hotel. Notaba como su mano recorría los relieves de mis bragas y las curvas de mi trasero, lo que también aproveché para apretar y ver la consistencia de sus glúteos. Mientras caminaba me pellizcaba en los muslos y tiraba de los bordes de mis braguitas. Cuando llegamos a la habitación nos sentamos encima de la cama. El me besó y me metió la mano por debajo de la falda buscando mi sexo, mientras me decía: “Mi Eva, cuanto he deseado este momento”. Me tumbé y me la subió mientras pasaba sus labios por encima de mis bragas. Me zafé de él en un movimiento rápido y me dirigí al baño, “Voy a hacer un pis y de paso me doy una ducha”. Cuando me estaba duchando, entro él en el baño. Vi a través de la mampara como se desnudaba y liberaba de su prisión una polla enorme y erguida que me recordó el rodillo de amasar el pan que alguna vez había visto en sus manos. A continuación, se metió conmigo en la ducha, me cogió la esponja que tenía en mis manos y me enjabonó por todo el cuerpo. Le acaricié su miembro viril mientras lo hacía, nuevamente me besó y de repente me puso violentamente de espaldas y empezó a rozarme con él por detrás, hasta que me lo introdujo por el ano, sintiendo todo su calor y su fuerza en mi cadera y mis muslos. Le sentí muy excitado, con mucho frenesí entraba y salía mientras me apretaba con una mano mi zona púbica y con la obra apretaba mi cadera contra él. Estuvo bombeando contra mi trasero hasta que se corrió y salió de él, diciéndome que lo necesitaba. Salimos de la ducha, me sequé y me tumbé en la cama con las piernas abiertas para excitarle. Cuando salió él, le dije: “Ahora me toca a mí”. El puso su rostro encima de mi abultado higo y empezó a lamerme mis labios vaginales, entreteniéndose de vez en cuando con mi clítoris, mientras yo gemía y cerraba mis muslos contra su cabeza. Sin abandonar mi vulva, empezó a tocar alrededor del ano y a introducir sus dedos, friccionándolo desde el interior hacia mi vagina, hasta que empezó a temblar toda mi cadera mientras él me la sujetaba con fuerza.

Al levantarse vi que tenía su verga tiesa y dura y dispuesta a todo. Le dije que nos metiéramos dentro de las sábanas que tenía un poco de frío. Él se recostó encima de mí para besarme en el cuello y note la fragancia que emanaba de su cuerpo. La colonia que se había puesto me dejó aturdida, me produjo una sensación de confort que me hizo evocar relaciones pasadas. Cuando me di cuenta, ya me había penetrado, me lamía detrás de las orejas y me decía que estaba loco por mí. Yo le abrazaba con fuerza con un brazo, mientras con la otra mano le acariciaba su trasero. El me apretaba y frotaba nuestras zonas púbicas, mientras me tenía ensartada hasta el fondo, moviéndose hacia los lados, haciéndome sentir dentro de mí su miembro duro y cálido en toda su magnitud. De repente dejó de moverse y le pregunté porque se detenía. Me dijo que quería que se parase el tiempo y estar siempre así dentro de mí. Yo me reí y le empecé a pellizcar sus glúteos mientras buscaba su orificio anal. Al llegar a él, se lo empecé a acariciar suavemente. Eso hizo que no pudiese contenerse más, sintiendo en mi interior correr su semen caliente, momento en el que yo también me corrí apretándole con fuerza y con ambos brazos contra mi pecho. Cuando le solté, se dio la vuelta quedando tendido boca arriba, momento que aproveché para besar su velludo pecho, bajando progresivamente hasta la melena que cubría su ingle y su pene que había perdido su habitual compostura y yacía hacia un lado rendido por el cansancio, rendido a mí. Lo introduje suavemente entre mis labios y le pasé la lengua cuando aún estaba pringoso por su semen y mis líquidos vaginales y noté que de repente empezaba a palpitar, que cobraba vida cada vez que lo introducía cada vez más en mi boca. Lo liberé de mis labios, bajé mis labios para besar sus genitales e introduje sus testículos entre mis labios, mientras con una mano meneaba su renacido miembro y con la otra le acariciaba su ano. Me levanté un momento, busque en mi bolso el tubo de perfume rellenable que llevo siempre encima y se lo introduje suavemente por su esfínter hasta que desapareció en su interior. Cuando me tragaba toda su polla y le hacía una paja con mis labios, noté en la base de sus testículos sus contracciones y explotó en mi boca a borbotones que se salieron por la comisura de mis labios. Me supieron a yogur salado y amargo que fui saboreando y tragando despacio mientras le miraba y me relamía lascivamente. No me había fijado hasta ese momento, pero mi panadero me había estado grabando con su móvil. Al verle con él en la mano, abrí mis labios y dejé que cayese lo que me quedaba de aquel néctar por mis labios y escurriera por mi barbilla. Me sentía una puta cachonda protagonizando un video porno.

Me recosté a su lado y el me acurruco con cariño por la espalda. Creo que nos quedamos dormidos unos minutos, hasta que empezó a friccionar mi trasero con su vientre y note que de nuevo su pene erecto intentaba introducirse entre mis piernas buscando mi vulva encharcada. Me coloqué en la mejor posición para facilitarle la maniobra y que pudiese penetrarme. Él se excitaba cada vez más con el movimiento de mi trasero, hasta que no pudo más y acabó descargando suavemente entre mis piernas. Ya era muy tarde, así que le dije que me tenía que ir. Fui al baño, pero no encontré mi ropa interior y le pregunté si la había visto. Me dijo que se la había guardado de recuerdo. “No importa, quédatela”, le dije. Me puse el vestido, la chaqueta y me calcé. No era la primera vez que no llevaba ropa interior. Solo me preocupaba que los fluidos de mi vagina pudieran escurrir por mis piernas.  De repente, me di cuenta de que había prometido unas fotos del encuentro a mi marido. Así que saqué mi móvil del bolso, se lo di a mi semental y le pedí que me sacase unas fotos sin bragas. Me tumbe en la cama, levanté la falda del vestido para que se viera que no llevaba nada y puse a hacer poses sensuales. Le pedí también primeros planos de mi alborotada y pringosa melena inguinal, de mis posaderas y de mis muslos húmedos por el último envite. El posado fotográfico le excitó y me pidió que echásemos un último polvo de despedida. Vestida me empujó sobre la mesa del escritorio de la habitación, subió mi falda y me penetró, mientras apretaba con fuerza mi culo entre sus dos manos y jadeaba en mi oreja. Mientras nos frotábamos y apretábamos nuestras ingles peludas, olía su perfume en su cuello, un perfume que me trasladaba a una época muy feliz de mi juventud. Le mordí en el cuello pensando que era mío y que le estaba marcando como al ganado y metí mi pierna entre las suyas y apreté con fuerza sus testículos, hasta que dulcemente liberó la leche que le quedaba y que a mí me sumió en un largo y continuo orgasmo. Cuando me recuperé, le pregunté si tomaba viagra, se rio y me contestó que eran los dos meses que llevaba a palo seco. Esta vez sí cogí mi bolso y mi móvil y salí sin mirar atrás por la puerta llamando a un taxi, mientras aquel macho que me había hecho pasar una noche inolvidable quedaba tumbado y rendido en la cama.

Le envié un mensaje a Carlos diciéndole que ya estaba de camino, acompañado de unas fotos como me había pedido. Como no había tenido tiempo casi a despedirme de mi panadero, le escribí también diciéndole que esperaba que la noche que había pasado conmigo le sirviese para superar sus problemas. Me contestó dándome las gracias y diciéndome que se sentía un hombre nuevo, desestresado y sereno. Me decía que nunca había tenido tantos orgasmos ni había disfrutado tanto con una mujer y que estaba preparado para afrontar el problema con su mujer. Le pedí que me enviase el video y las fotos que me hubiera hecho y yo le envié las mías.

 

Al llegar a casa mi marido me estaba esperando metido en la cama. Lo primero que me dijo es que me había echado de menos. “Yo a ti no” le conteste entre risas. “He gozado como una perra en celo”, le dije con cierto nerviosismo para provocarle sexualmente y quitar tensión.

-        “¿Viste las fotos?”.

-        Sí, ya vi lo bien que te lo pasaste, mientras yo tenía miedo de que te hubiese pasado algo.

-        “Te escribí cuando subimos al hotel y cuando cogí el taxi de vuelta”

-        “Ya, ¿y las cuatro horas entre uno y otro?”

-        “No tuve tiempo de escribirte nada, pero te lo voy a contar todo con detalle”.

Cuando terminé de hacerlo, me miró y me preguntó: “Y ya sabes lo que sientes por el”. Le conteste que hay muchas formas de amar, que se podía amar a la vez a dos personas, sin que por ello mermase el amor por la otra. Que este caso no tenía que elegir. “Él no busca una pareja, quiere recuperar la que ha perdido”. “¿En quién crees que pensaba cuando lo hacíamos?”. “Las mujeres tenemos un sexto sentido para estos temas. En todo momento se imaginaba que estaba haciéndolo con su mujer”. Aquella noche convinimos que en lo sucesivo todo lo haríamos juntos y que si uno se divertía, el otro también. Nunca se quedaría el otro, sufriendo en la incertidumbre. O disfrutábamos los dos o ninguno.

 

Al día siguiente la sensación que tenía era la haber pasado por una tempestad. Salude a mi panadero y no tardó en contestarme:

-        Qué tal tu almeja

-        Un poco escocida. ¿Te gusto su sabor?

-        Sabía a mar. Es el marisco más delicioso que he probado

-        Pues la carne que probé tampoco estaba mal, repetiría.

-        Tengo una sorpresa para ti. Si pasas por la panadería te la doy.

-        Un beso, paso hacia las tres.

Cuando pase a recoger el pan, me entregó una bolsa de papel pequeña. Al salir miré lo que había en su interior. Era mi frasco de colonia con un lacito y una nota que decía “Te lo he rellenado con mi perfume. Me quedo tu ropa interior”. Me lo imaginaba, mi ropa interior era su trofeo y su olor mi recuerdo. Lo abrí y al oler su fragancia se me vino a la cabeza tal cúmulo de sensaciones y recuerdos que mojé mis braguitas. Cuando llegué a casa, me acoplé mi vibrador conejito y no tardé en tener un potente orgasmo. Guardé mi afrodisíaco y le di las gracias por el detalle. Me dijo que aquella noche había quedado para cenar y hablar con su mujer y que ya me comentaría, que ella había visto el chupetón que tenía en el cuello y que había quedado cortada cuando le dijo que tenía una amante.

Ese día me sentía una persona nueva, las calles tenían un olor propio, los edificios trasmitían serenidad, los comercios parecían tener vida propia y la voz de la gente me resultaba especialmente agradable. Me sentía en armonía con todo lo que me rodeaba. Lo cierto es que en los días siguientes no me envió ningún mensaje ni contestó a los míos. En la panadería me dijeron que había marchado de vacaciones. Más tarde supe que había recuperado su relación con su mujer. Los vi un día por la calle caminando cogidos de la mano hablando con una sonrisa en sus rostros. Supuse que quería mantener la distancia conmigo, por miedo a que pudiese romper su matrimonio. Respeté su decisión, no volví a escribirle y dejé de comprar en aquella panadería. Al fin y al cabo, me quedaba con lo mejor de él y él de mí. Nuestra relación y aquella noche seguiría viviendo en nuestra memoria como algo perfecto e irrepetible, nunca moriría en nuestro recuerdo y nos abriría a nuevas experiencias.

Publicado 
Escrito por Carlos9873

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