Voy a contaros lo que nos pasó hace ya más de 20 años, porque fue una experiencia que nos dejó marcados. De vacaciones en Portugal nos gustaba caminar por la costa buscando calas y playas escondidas de difícil acceso donde tomar el sol y bañarnos. En una de nuestras incursiones encontramos un pequeño arenal aislado de edificaciones entre las rocas. Nos pusimos a cambiarnos para tomar el sol y bañarnos, pero al vernos solos y semidesnudos nos excitamos, empezamos a besarnos y ella me pidió que me tumbase. Se puso encima de mí, se introdujo mi miembro erecto y empezó a saltar sobre mi vientre.
En un momento dado, se detuvo, se tumbó sobre mí y me susurró al oído que había alguien observándonos. Le contesté que daba igual, que continuase, que sería un mirón inofensivo. Con cierto recelo continuó moviéndose lentamente tumbada sobre mí, mirando de reojo al intruso de vez en cuando y diciéndome al oído lo que hacía: “Mira ahora se está pajeando”, “La tiene larga y curvada como un garfio”. Le acabé pidiendo que se concentrase en nosotros y lo ignorase. Me hizo caso, aunque no sé si para provocarle o por el morbo de la situación, levanto su cuerpo mostrando su hermoso rostro, su cabello suelto y su estrecha cintura que resaltaba sus pechos y empezó a moverse con ímpetu y a jadear, dejando que sus pechos desnudos se agitasen libremente y sin control en todas direcciones. De repente vi al desconocido. Se había acercado a un metro de nosotros y seguía pajeándose. Para ser más exactos lo primero que vi fue el enorme “garfio” que sujetaba en su mano. Mi mujer me susurro al oído sonriendo: “ Te lo dije”, “Este quiere echarme un polvo”. Yo le conteste: “Tu decides”.
Ella me sonrió de nuevo, miro al intruso, le hizo una seña y le dijo: “Ven con nosotros”. Este que tenía unas ganas enormes, se agacho detrás de mi mujer y se puso a frotar con aquella cosa el trasero de mi mujer, hasta que finalmente encontró un hueco en su húmeda y dilatada vagina para introducirse. En ese momento mi amada Eva se puso tensa como si tuviese una contracción, que nos dejó paralizados a ambos pensando que le estábamos haciendo daño y, de repente, empezó a entrar y salir de nosotros dos de forma rítmica. Le dejamos a ella que fuese quien dirigiese la danza de su cuerpo, disfrutando de cada uno de sus movimientos, mientras se contorsionaba y gemía con una intensidad que nunca antes había escuchado en ella. En cada movimiento yo notaba como aquel garfio friccionaba el interior de mi mujer. Fue una sensación extraña, poco a poco se estaba convirtiendo en una competición por complacer a aquella apasionada hembra, mientras yo apretaba sus muslos contra mi cadera, el intruso le masuñaba suavemente sus pechos. Por la cara que ponía y sus gemidos, ella parecía estar en la gloria. Llegó el momento en el que el desconocido se apretó con fuerza al cuerpo de mi mujer y bombeó un chorro que se expandió por el interior de mi mujer y contra mi propio pene. No pude resistirlo, un cosquilleo recorrió todo mi cuerpo, mi pene se tensó y liberó un intenso y largo chorro de semen que se unió al del extraño en aquella estrecha oquedad. Al movernos noté que rebosaba y salía a borbotones, escurriendo por encima de mis testículos hasta la toalla que habíamos puesto debajo. En ese momento ella entró en éxtasis, se puso a temblar y a dar gritos como si se hubiese vuelto loca. Aún más excitados por su reacción, continuamos ambos intentando dejar nuestra semilla lo más profundo de aquella hembra, como si estuviésemos compitiendo por satisfacerla y darle el máximo placer, hasta que ambos miembros fueron perdiendo su rigidez.
Mi Eva se zafó de ambos, que la estábamos aprisionando, y se levantó. La vi más hermosa de lo habitual, como si fuese una venus victoriosa, de la que arroyaba un hilo de semen que escurría por sus piernas. El extraño se levantó también, nos dijo “obrigado” y sin más palabras marchó caminando por donde había venido bajo nuestra mirada. Mire a mi mujer preguntándole con la mirada lo que había pasado y sin contestar ni mostrar reproche alguno, me pregunto si me había gustado. Yo le contesté: “¿A ti que te parece? Mira como hemos dejado la toalla”. Ella la cogió con una mano y me dio la otra mientras me decía: “Vamos a bañarnos”. El agua estaba muy fría, pero al cabo de unos minutos ya no se notaba. Me encontraba otra vez empalmado, viendo a mi mujer resplandeciente nadando desnuda, moviendo su cuerpo con esa gracia que ella tiene y no pude contenerme. La agarré por la espalda y entre sus risas, nuevamente la penetré bajo el agua. Cuando ambos habíamos disfrutado de nuestro nuevo orgasmo, abandonamos el agua y nos tumbados desnudos en la arena. Ella me contó lo que había sentido al ser poseída a la vez por dos hombres: “Fue algo sublime, me sentía el centro del universo, sentía el calor de vuestros cuerpos envolviéndome, como si los tres nos hubiésemos fusionado en uno” “A pesar de todo, notaba correr una descarga eléctrica por todo mi cuerpo hasta sentir escalofríos. Cuando os corristeis noté vuestros intensos chorros en mi interior, me sentí la mujer más dichosa y deseada. Cuando vi que habíais eyaculado y no os deteníais me dio la impresión de que estabais compitiendo con vuestros miembros por dármelo todo. Me sentí muy afortunada por haber experimentado algo así” “Fue tal cúmulo de sensaciones placenteras, que no pensaba que se pudiera sentir algo tan intenso”.
Aquel día follamos como locos en el coche y en los baños de la cafetería en la que paramos a tomar unas cervezas. Estábamos tan sensibles el uno con el otro que decidimos volver al hotel, aunque era temprano. No sé cuantas veces lo hicimos en nuestra habitación pensando en lo que había pasado, pero al día siguiente estábamos tan agotados que ninguno de los dos quería pensar en ello. Sólo nos dábamos besos, nos abrazábamos e íbamos cogidos de la mano. El cariño que sentía por ella era inmenso y ella lo sentía también por mí. Desde aquel día cuando queremos excitarnos rememoramos aquella experiencia con el “Capitán Garfio”, como llama ella al desconocido.