Os voy a contar mi primera experiencia no monógama hace ya muchos años. Aquel día celebrábamos las primeras navidades como universitarios. Habíamos quedado un grupo de amigos en casa de Ramón, que tenía a sus padres de viaje. Después de cenar nos pusimos a jugar al Trivial y a beber chupitos de los muchos licores que se atesoraban en aquella casa. Según avanzaba la noche se habían ido yendo varios de mis amigos hasta que a eso de las dos de la madrugada sólo quedábamos Ramón, José, Eduardo y yo, charlando de nuestras vidas y nuestro futuro.
En un momento dado la conversación derivó al terreno sexual. Yo, que siempre he sido muy extrovertida, defendía con vehemencia las tesis del amor libre. En ese momento inconscientemente empecé a mostrar mis artes de seducción. Me mostraba más alegre y efusiva de lo habitual por lo que había bebido. Desabroché los dos botones superiores de la camisa con la disculpa de que hacía calor, dejando ver parte del sujetado. Empecé a mover y tocarme el pelo, mirar a los ojos a mis contertulios, a tocar mi cuerpo disimuladamente, todo ello adornada con una voz candente y una sonrisa sugerente.
Fue entonces cuando Eduardo no se pudo resistir y empezó a sobarme los pechos por encima de la camisa. Se hizo un extraño silencio y yo no hice ni dije nada. Me recosté un poco en el sofá y el siguió sin cortarse, tocándome por todo el cuerpo por encima de la ropa. Mis otros dos amigos se habían quedado estupefactos al verme tan receptiva y desinhibida y por el atrevimiento de Eduardo, pero rápidamente sus caras cambiaron por otras de lujuria y deseo, Viendo que yo no le decía nada y seguía sonriendo, José se puso a desabrocharme el pantalón, mientras Eduardo me desabrochaba la camisa, dejándome ambos en ropa interior. Yo me dejaba llevar a ver qué pasaba, quería sentir y que mis amigos me sintieran. Eduardo que se había desnudado, mientras José me liberaba del sostén y dejaba mis pechos al aire, me quitó las bragas, me tumbó sobre el sofá, se puso encima y sin preámbulo alguno me penetró hasta el fondo de mi vagina que estaba muy lubricada por la excitación del momento. Apenas dio dos embestidas, se corrió como un loco derramando su semen por mi vientre al salir de mí. Menos más que José no tardó en ocupar su lugar, entrando dentro de mi sexo con suavidad y moviéndose con suavidad, como si fuese de porcelana y me pudiese romper. Cuando llevaba así unos minutos, le pellizqué en el glúteo y le recriminé para que pusiese más ganas. Esa fue la espoleta que le puso a mil, empezó a moverse como un poseso hasta que se corrió mientras yo jadeaba de placer y le clavaba mis uñas en la espalda. Luego se quedó quieto, pensé por un momento que se había desmallado. Su pene se había contraído y el semen que salía de mi chorreaba por el sofá y ya escurría hasta el suelo. Tuve que empujarle para que se levantase y dejase sitio a Ramón, que se había quedado embelesado mirando como disfrutábamos. Tenía un deseo que había reprimido desde hacía tiempo de hacerlo mío y ahora tenía la oportunidad de que se cumpliese. Le llamé diciéndole con seriedad: “Te toca Ramón”. Mientras le miraba fijamente, le retaba y le provocaba abriendo y cerrando mis piernas sentada en el sofá, mostrándole mi sexo peludo y blanquecino, pero él no se movía. Eduardo le empujo y finalmente se levantó y se acercó. Despacio le desabroche y le baje el pantalón, viendo asomar de su slip la punta de su prepucio. No pude contenerme, lo agarré y lo introduje ligeramente entre mis labios mientras le daba un suave masaje con la punta de mi lengua. De repente me apartó, me beso apasionadamente y se acopló encima de mi apretándome contra él, mientras me penetraba suave y rítmicamente. Yo me dejaba llevar extasiada por el olor de su colonia. Me susurró algo al oído que no entendí y su cintura empezó a vibrar, momento en el que yo perdí el control y empezó a temblar todo mi cuerpo en un intenso y prolongado orgasmo. Estuvimos un rato abrazados, hasta que Eduardo y José empezaron a pedirle a Ramón que se levantase, que ya estaban recuperados para una nueva ronda. Ramón me miro esperando alguna reacción o señal de mí que no le di, hasta que se reincorporó lentamente.
Eduardo me pidió que me recostase de espaldas en el sofá. En aquel momento me sentía poderosa, viendo lo que mi cuerpo provocaba en mis amigos. Tenía todo el control, sabía que harían todo lo que les pidiese. Me sentía hermosa, pecaminosa, objeto de los deseos más oscuros. Le pedí a Eduardo que me lamiese mi sexo por el que rezumaba el semen de Ramón, lo que no dudó, provocándome un orgasmo en el que casi le asfixio, al apretarle con tanta fuerza contra mi vulva. En agradecimiento me di la vuelta y le mostré las hermosas curvas de mi trasero y mi dilatada vagina, que no tardó en poseer montándome con desesperación y desenfreno, con todas sus ganas, hasta que nuevamente explotó y noté sus intensos chorros de semen dentro de mí. En esta misma posición se fueron turnando mis otros amigos que me estuvieron empotrando como animales, como si yo fuese la yegua que estuviesen montando, hasta que me quedé dormida de cansancio.
Cuando desperté rememore lo que había pasado, me sentía una mujer distinta, más hermosa y deseable, más fuerte y segura, libre, dueña de mi cuerpo y mi sexualidad. Mis pequeñas inseguridades se habían esfumado, me había empoderado y estaba dispuesta a comerme el mundo. Sólo estaba Ramón, el resto de mis amigos se habían marchado. Me noté pegajosa, así que cogí mi ropa y me fui a duchar. Al salir del baño me estaba esperando Ramón. Cuando me vio, me cogió de la mano y me pidió perdón. Me dijo que se había dejado llevar por la situación y el alcohol le había cegado. Me confeso que le gustaba mucho y que desde hacía varios meses pensaba continuamente en mí. Me sorprendió lo que me decía porque no había notado nada que me hiciera pensar que estaba colado por mí. Ello me agrado, porque aunque éramos amigos, siempre me había atraído su forma de ser, su serenidad, su poder de convicción, además de su físico. Desde aquel día empezamos a salir como novios, relación que se mantuvo hasta que al acabar la universidad seguimos rumbos distintos.