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Calentando nuestro matrimonio

"Con un matrimonio sumido en la monotonía sexual, o hacía algo o lo nuestro se iba al traste."

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Llevábamos ya doce años conviviendo. A vista de todo el mundo hacíamos una pareja ejemplar y nuestros amigos sentían envidia de lo bien avenida que estaba nuestra familia, pero hay ciertas cosas que no se saben de puertas afuera. Yo estaba bastante de acuerdo con el análisis que hacían los que nos conocían, pero había un aspecto en el que no todo era idílico. Es evidente que estamos hablando de sexo. Nuestro problema no es una cuestión de tener pocas relaciones: había semanas donde lo hacíamos varias veces y yo seguía deseando y despertando el deseo en Beatriz, mi mujer. Pero desde que había nacido el más pequeño, las ocasiones de intimar sin riesgo de ser sorprendidos eran cada vez más escasas. Ello nos había llevado a un sexo silencioso, a oscuras y siempre pendientes de los pasitos que se pudieran escuchar por el pasillo. Así que todo terminaba en un “sota, caballo y rey”. Un sexo rutinario de manual al que no pensaba estar suscrito durante más tiempo. Pensé en hablarlo una vez más con ella, pero sabía que eso nos llevaría a, tras algún pequeño roce, darnos una buena sesión y volver a lo mismo tras una semana. Había que cambiar el plan de acción. Lo primero: mandar a los chicos lejos de casa. Para ello, el primer obstáculo a evitar era mi esposa tan reacia a alejarse de ellos. Así que aprovechando una comida en casa de los abuelos la sorprendí con unas entradas al teatro que le hicieron mucha ilusión, aunque a la que pudo me llevó aparte para hablar conmigo. — ¿Y qué hacemos con los niños? — Que cenen con los abuelos y luego los recogemos. La parte del plan que ella desconocía era que la duración de la función era superior a lo que ella pensaba, así que al terminar o dejábamos a los chicos dormir en casa de los abuelos o íbamos a recogerlos con el riesgo de despertarlos. Mientras comimos algo ligero en un Bistró al lado del teatro conseguí convencerla a regañadientes de que la primera opción era la más conveniente. De camino al aparcamiento público en busca de nuestro coche llamé a mis padres para decirles que se nos había hacho tarde y que recogeríamos a los chicos al día siguiente, ellos encantados. Durante el trayecto a casa fui dedicándole algunos mimitos para relajar el ambiente y limar su reticencia. La dejé frente al portal y tras asegurarme que entraba dentro como buen caballero que soy, fui a aparcar el coche. A los pocos minutos, sentado cómodamente en la terraza del bar de la esquina comenzó la segunda fase. Para ello, me bastaba con mi teléfono móvil y una aplicación de mensajería instantánea. Primer mensaje: — Bajo nuestra cama hay una caja. Ábrela y espera nuevas instrucciones. — De que va todo esto? — ESPERA INSTRUCCIONES. Dentro de la caja había un sobre y un par de regalos bien envueltos. El sobre le daba nuevas órdenes: “Abre los dos paquetes y elige. Cuando lo hayas hecho, mándame un mensaje” Tuve que esperar unos minutos, lo que comenzó a impacientarme. Por fin vibró el teléfono. — Ya lo he hecho. Pero no sé si me está gustando esto. — Bien. Póntelo. Dentro de los envoltorios había dos conjuntos de lencería sexy para mujeres de su calibre. Mi esposa, una hembra de armas tomar cuando se lo propone es un ejemplar de mujer curvy con largos pechos ya algo caídos por los años y los hijos, aunque a causa de esto último sus pezones habían crecido notablemente resultando mucho más sensibles y reactivos. Sus piernas fuertes y tersas son coronadas por unas caderas notables y un trasero redondo que todavía no había tenido el placer de profanar. Elegí concienzudamente los modelos ateniéndome a su anatomía que me enloquece, siendo los dos artículos muy diferentes entre si. El primero era un babydoll de encaje negro con escote abierto y de malla negra en la parte inferior con un estampado fucsia de leopardo. Inusual para ella y sexy pero poco atrevido. El otro era demoledor: un conjunto de corpiño de satén color cereza con detalles de encaje negro, escote push up de copa baja para elevar los senos, tanga con puntilla y ligueros a juego para completar el conjunto. Esperé unos minutos antes de mandarle el siguiente mensaje. — Hazte una foto. No me la mandes. Y ahora pruébate el otro. — Me hiciste elegir uno. — PRUÉBATELOS TODOS Sabía que sin duda se habría puesto el más recatado. Y no lo podía permitir, tenía que vencer sus resistencias. — ¿Cuándo vienes? — Cuando obedezcas. — Me estás poniendo nerviosa. Cuando le mandé el primer mensaje ya me encontraba excitado, así que fui al baño del bar donde me encontraba y tras bajarme los pantalones me fotografié mostrando mi verga en plena euforia. Adjuntar imagen y… mensaje enviado. — Me estás poniendo caliente… - siempre que le mando una buena foto polla en mano se enciende. Dejé que pasaran unos minutos para que terminara de ponerse el atuendo. — Ya está, ya lo hice. — Ahora mándame las fotos y no me digas con cual te quedas. — Pero me dijiste que no las mandara. — AHORA - no tardó ni veinte segundos en mandarlas. Al abrirlas me sonreí socarronamente. — ¿Qué quieres que haga ahora? – me gustó que fuera ella quien pidiera órdenes. — Decide cual te quedas y cuando estés lista me haces una perdida. Al minuto mi móvil sonaba. Que hubiera tardado poco ya me indicaba que no había tenido tiempo de volver a cambiarse y esperaba que mis sospechas sobre el modelito elegido fueran ciertas. — Ahora deja la puerta de casa entreabierta. Vendré pronto. — ¿Y si entra alguien? — Te lo follas. — ¿Y si me ve el vecino? — Pues le enseñas las tetas. Siempre te las mira. — Estoy tan cachonda que lo haría. A pesar de su respuesta preferí no seguir por esos derroteros, no fuera a echarse atrás. Conocía a mi mujer, al menos en teoría. Así que rápidamente pagué la consumición y fui para casa. Al entrar me quité los zapatos y cerré la puerta con cuidado. Ella me llamó y no respondí. Quería acrecentar su nerviosismo y con ello su deseo. Mi mujer mejoró en mucho las expectativas creadas por la modelo de la caja de lencería. Reclinada en la cama sujetándose con los brazos se exhibía realzando sus grandes pechos que se mostraban asomándose al balcón del corpiño que sin duda tuvo que costar abrochárselo. Enfundada en el conjunto dibujaba su silueta en forma de guitarra que sin duda me moría por tocar y arrancar sus primeras notas. Intenté permanecer impertérrito pero cuando descruzó las piernas y vislumbré su sexo me puse en acción. Sin mediar palabra al pie de la cama me bajé los pantalones. Me miró y vino gateando hasta mí, metió la mano dentro del boxer y asomó la cabeza por sobre la cinturilla. Le dio un lametón y me retiré unos centímetros. Se quedó boqueando en el aire y adelantó su mano para tirar de él. Se la retiré de un suave manotazo y se quedó con cara de no entender nada. — Sin manos. Si la quieres, tendrás que ganártela. Arqueó una ceja y adelanté un par de pasos dejándola al alcance de sus labios. Conozco sus felaciones y sé que si dejo que tome las riendas no voy a salir plenamente satisfecho, pero me sorprendió con largos lametones a mis testículos ascendiendo hasta la corona escarlata. Abrió la boca para engullir hasta donde pudo y me miró a los ojos. Eso me excita pero quiero llevarla hasta donde nunca antes había estado. Agarré su melena y tiré de ella hacia mí: quería que entrara toda. Hizo un amago de arcada y solté mi presa provocando que cayeran ríos de saliva. Me miró y entonces fue ella quien hizo un nuevo intento por llegar hasta el fin, aunque le resultó difícil y pidió mi ayuda volviendo a poner mis manos en su cabellera. Ese gesto me desenfrenó y la forcé hasta que suplicó por una bocanada de aire. Cuando lo consiguió, retrocedió sobre la cama sin dejar de mirarme un solo momento con una mirada furiosa mientras resoplaba. Pero la manera en que se mordisqueaba el labio inferior me decía que la bestia no era tan fiera como la pintaban. Agarrándola de las rodillas trepé hasta estar sobre ella y nos fundimos en un beso descarnado y urgente. Atropelladamente me desabrochó la camisa, seguramente algún botón salió por los aires. Sin dar tregua dirigí mi ariete hacia sus puertas y mi mujer, si bien jamás había tenido problemas de lubricación, me impresionó con un coño encharcado como nunca antes. Haciendo a un lado el tanga de encaje, de una estocada fui hasta el fondo y su rugido me espoleó a una cabalgada frenética, el ruido del chapoteo de nuestros pubis chocando a cada envión era apenas silenciado por los gemidos, gritos e improperios que me dedicaba mi contenida esposa. Me así a sus corvas para flexionar sus pantorrillas elevando así su sexo para dejarme disfrutar también del sentido de la vista. Ver el recorrido de mi falo entrando y saliendo me llevó a la excitación máxima y así me vacié dentro de ella. Nada más hacerlo y relajar un poco mis fuerzas sobre ella, llevó su mano a su sexo para frotarse de manera entusiasta el clítoris. Sus gritos precedidos por espasmos culminaron rociándome con su orgasmo. Hizo una tentativa para levantarse de la cama pero la sujeté con cariño. No nos íbamos a lavar para luego dormirnos abrazados haciendo la cucharita, esa noche era para romper con lo establecido en los últimos años. Me deslicé hasta encontrarme de cara ante su sexo. No invertí tiempo en caricias ya que sé que tras el orgasmo se vuelve hipersensible a ellas y lancé un primer lengüetazo a su ninfa. De entre sus labios se escurrían todavía algunos rastros de nuestras corridas y me dí un buen manjar. Se dejaba hacer y le lancé un vistazo a su cara que no sabía como procesar la información. Nuestros sabores juntos, deberías probarlos.- y me encaramé hasta estar frente a frente y le planté un buen beso. Le sorprendió, pero enseguida abrió la boca y le gustó lo que en ella se encontraba. — ¿Pero qué es lo que te ha dado hoy? – me dijo tras separarse nuestros labios — La pregunta debería ser “¿Por qué no me lo has dado hasta ahora?” Era muy importante seguir excitándola, no darle un respiro y que su deseo siguiera en aumento. De nuevo descendí hasta su feminidad y le arranqué el tanga que estaba hecho unos zorros. Seguí lamiendo la zona, sin darle demasiado protagonismo a su clítoris haciéndola enardecer. Disimuladamente fui llevando el recorrido de mi lengua hasta más oscuros lugares estando atento a sus reacciones. Como no manifestó queja alguna, al volver a los aledaños de su pubis mis dedos comenzaron a trabajar sobre su entrada trasera. Un primer dedo entró sin problemas al tiempo que sorbía sus labios. El segundo ya la puso sobre alarma de mis intenciones, momento en que pasé a estimular su botoncito para calmar sus quejidos. Me mantuve en mis prospecciones y cuando le llegó un nuevo orgasmo un tercer dedo entró en acción. — Tu culo es mío – declaré cuales eran mis intenciones y Bea respondió poniéndose en cuatro y separando enérgicamente las nalgas. — Pues tómalo que estoy muy perra. Y así fue como mi esposa me ofreció por primera vez algo que siempre me había negado. Supe conservar la calma y tomé las riendas de la situación para seguir llevando la voz dominante. Froté mi polla en el humedal de su vagina mientras su esfínter boqueaba como pez fuera del agua y sin más espera procedí a quebrantar la última barrera. La cabeza entró sin dificultad pero antes de llegar a la mitad el tronco, y sin tener yo nada del otro mundo, comenzaron las quejas que corté de raíz con una sonora palmada en sus sonrosadas nalgas. Fruto de la sorpresa entré a máxima profundidad y me quedé quieto unos instantes, tratando que se familiarizara con las sensaciones de sentirse totalmente llena. — Ahora no te pares, JODER! A veces, bueno casi siempre, es mejor no llevarle la contraria a tu esposa. Aferrándome a sus caderas, hundiendo mis dedos en sus carnes, comencé a percutir a ritmo elevado. Las sensaciones, el calor que desprendía ese canal tan prieto y ceñido a mi anatomía eran algo totalmente nuevo para mí y fruto de ello no tardé en descargar. Salí de ella aún erecto y pude regocijarme con la visión de mis efluvios saliendo de su esfínter dilatado y palpitante. Necesitaba una pausa para la hidratación pero Bea seguía reclamando de mis atenciones. — En serio, mi vida. Necesito un descanso. — Y yo necesito un hombre bien viril que me haga terminar. Su reclamo hizo que me mantuviera duro y listo para darle lo que me pedía. No había tiempo para sutilezas y entré a fondo. — ¡Así, dame bien duro! La abracé enérgicamente e hice que se sentara sobre mis piernas, para que fuera ella la que profundizara todo lo que hiciera falta. Al principio lo hacía con ahínco, tratando de llegar al punto donde la había dejado con mi orgasmo prematuro. La fuerza de su vaivén era palmaria solo con oír el sonido del golpeo de sus nalgas cada vez que chocaba conmigo. Una vez relajó el viaje agarré sus pechos, apretujándolos como a ella le gusta, con decisión. Ahora sí que gemía y bramaba como hacía tiempo que no podíamos hacer en la intimidad de nuestro dormitorio. — Voy a gritar… voy a gritar… — ¿Eres mía? — Si, joder, soy tuya… — Pues no te reprimas – su orgasmo se estaba anunciando – Grita mi nombre.. — Si… Marcoooos, aaaaah! Mi nombre no es Marcos.
Publicado 
Escrito por Klausbcn

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