9. Los postres.
Albert retiró los platos vacíos, cambió el vino por un ribera de Duero de media crianza, muy apropiado según Héctor, e hizo la presentación de los dos platos principales.
“Bogavante en escabeche con espuma de queso y trufa” y “Crujiente de cochinillo en salsa de coco”.
Miradas de aprobación y sorpresa compartida, ya que tan sólo con la amalgama de fragancias que desprendían aquellos platos, hubiera sobrado para considerar que la cena, también, sería memorable.
La comodidad, el ambiente acogedor y sin duda las dos botellas de vino, facilitaron que fluyeran las risas entre ambos y que la conversación fuese distendida y jovial.
También influyó en que la temperatura se les antojase ya algo elevada, o quizás que simplemente les hubiera sobrado la ropa, pero como deshacerse de ella no hubiese sido apropiado para la situación, decidieron salir al balcón y respirar un poco de aire fresco.
Allí descubrieron dos sillones de mimbre con una mesita y vistas al parque que se les antojaron el lugar idóneo para tomar los postres.
Así que se sentaron y avisaron a Albert del cambio de planes a lo que este no puso ninguna objeción y apareció al instante con dos copas, una cubitera y una botella de cava.
Seguidamente “Mouse de pomelo escamada”, (cubiertas con unas virutas de chocolate negro) y “Helado de wasabi sobre cama de papaya caramelizada” que depositó sobre la mesita circular.
Era tarde y la calle ya estaba en silencio, la conversación se llenó de juegos de palabras y dobles sentidos que hicieron que ninguno de los dos notase diferencia de temperatura con la del salón.
Se dieron mutuamente de comer el mouse y la primera cucharada de helado pasó de los labios de Marta a los de Héctor compartiéndola en un prolongado beso que deshizo por completo el helado en ambas bocas.
La segunda la colocó él sobre su escote esperando unos segundos hasta que comenzó a gotear y entonces metió su lengua entre los pechos de ella hasta lograr dejarlo todo absolutamente limpio.
Continuaron jugando, besándose y tocándose hasta terminar el postre, volvieron a brindar y Marta derramó la media copa de cava que aún le quedaba, desde el mismo sitio donde él había colocado la porción de helado.
Se puso en pie, dispuesto a lamer nuevamente la zona, pero ella le negó con la cabeza y con gesto burlón, le indicó que el cava ya había caído mucho más abajo.
Sonrió, se arrodilló delante de ella metiendo la cabeza entre el vestido y comenzó a lamer, lo que provocó un sonoro gemido en ella.
Se sirvió cava de nuevo, bebió con calma y volvió a arrojar desde sus pechos otra media copa recorriendo su cuerpo hasta la boca de Héctor, momento en el cual, apareció Albert.
Tal como apareció se retiró balbuceando unas casi ininteligibles disculpas.
En parte avergonzada aunque notablemente excitada por la situación, le pidió a Héctor que parase y saliese de entre sus piernas.
No se había enterado de nada y rompió a reír cuando Marta visiblemente sonrojada, se lo intentaba explicar.
Con un cierto sentimiento de culpa e intentando evadirse del calentón, decidió disculparse con él y pidió a Héctor que le esperase allí, mientras se dirigía a la cocina en busca del cocinero.
Allí estaba pero no precisamente fregando platos y su sorpresa fue mayúscula al verlo apoyado contra la pared manoseando compulsivamente sus partes por debajo del delantal.
Al sentirse descubierto, paró de inmediato, pero fue Marta la que se le acercó y metió su mano para encontrar una polla grande y dura que asomaba por la bragueta del pantalón.
Sin decir nada comenzó a masturbarle, hasta que ya pasados un par de minutos, la voz de Héctor sorprendió a ambos.
"¿Puedo mirar?"
Ninguno dijo nada y ella procedió a arrodillarse, metiendo su cabeza bajo el delantal y la polla de Albert en su boca.