EGUZKILORE
8. La cena.
Ese "fóllame" parecía como si hubiera dado con algún tipo de clave secreta para desatar algo oculto hasta ahora y Héctor se transformó del hombre suave y delicado que acababa de darle el masaje en una especie de empotrador casi violento que no tendría miramientos con ella.
La cogió por las caderas y la giró bruscamente poniéndola de cara a la pared, subió sus manos para coger sus pechos con una presión que rozaba lo doloroso y a la vez colando su polla indescriptiblemente dura entre sus piernas.
Terriblemente excitada al adoptar el papel de sumisión, se entregó a las manos y al cuerpo de su amante y simplemente decidió disfrutarlo.
Las manos de Héctor bajaron apretando sus caderas y volvió a girarla hacia él besándola en el preciso instante en que la penetraba con fuerza.
La metió y sacó cuatro o cinco veces con un ímpetu inesperado y cogiéndola de los muslos la levantó sentándola en sus antebrazos.
Inmediatamente penetrada de nuevo se dejó balancear al ritmo de los brazos y las embestidas de Héctor en una sucesión de subidas y bajadas justo bajo el chorro de agua caliente, que facilitaban una penetración limpia, intensa y profunda imposible de no ser disfrutada.
Pasaron así varios minutos hasta que sintió como los brazos de Héctor flaqueaban, perdió el ritmo, lanzó desde lo más profundo de su ser casi un aullido y en ese momento, llenó su interior de una cantidad inesperada de semen tibio que súbitamente arrancó el segundo orgasmo de Marta.
La ducha se alargó y enjabonaron mutuamente sus cuerpos, disfrutaron del agua sobre ellos, de tocarse, de sentirse, de besarse, de tenerse… hasta que Héctor interrumpió informándole de que la cena estaba a punto de llegar.
Salió de la ducha, le ofreció una toalla y le explicó que había contratado a alguien para que les preparase la cena.
Fue en busca de la ropa esparcida por el salón y le acercó la suya a Marta.
Ésta sumergiéndose en el vestido le devolvió con un guiño la ropa interior y sin mediar palabra se dirigió al sofá en busca de su copa.
Brindaron una vez más y con puntualidad británica sonó el timbre de la puerta. Héctor recibió a un chico relativamente joven y digamos que bien alimentado que instintivamente buscaba la cocina con mirada furtiva.
Se presentó en una especie de monologo seguramente repetido de manera habitual, y tras una serie de preguntas sin duda rutinarias, accedió a la cocina y se deshizo de su equipaje.
Héctor comenzó inmediatamente a rebuscar por los muebles lo necesario para acondicionar la mesa y Marta ante su negativa a dejarse ayudar se acomodó en el sofá buscando algo de música que ambientase la velada.
Una vez preparada la mesa, Héctor le pidió que tomase asiento colocando a Marta frente al enorme ventanal y sentándose él frente a ella.
Las miradas cómplices se repitieron mientras hablaban del viaje en tren, de banalidades y de la conferencia del día siguiente.
Albert se presentó en la mesa, pidió disculpas por interrumpir, he hizo una breve presentación general de lo que autodenominó “menú degustación Córdoba estival”
Ambos ya intuyeron que sería una cena digna de un encuentro tan especial y sonreían mientras el cocinero servía un albariño para acompañar a los entrantes.
Brindaron apenas un sorbo por los momentos compartidos y llegaron los primeros platos a degustar.
Presentó y explicó el “Gazpacho de aceitunas y piñones” y seguidamente la “Ensalada de germinados y mango con rocas de pulpo braseado” que venía acompañada de unas “Tostas de pan de chía con carbón activado”, retirándose acto seguido a la cocina y deseando buen provecho a la pareja.
Ambos gratamente sorprendidos tanto por el servicio como por la imagen de los platos no dudaron en comenzar a dar buena cuenta de los mismos.
La conversación derivó a los platos, al vino y las experiencias culinarias de ambos, mientras las copas se vaciaban y el ambiente se hacía cálido.