EGUZKILORE

2 / El colgante.

Fue el primero en poner pie en tierra y la idea preconcebida que ella se había conformado sobre él se fue al traste de un plumazo.

Informal, discreto y fácilmente identificable por su prominente barba, portaba una mochila de cuero repujado y una enorme trolley tipo baúl que le hacían parecer un vendedor de enciclopedias o un curilla cargado de biblias camino de las misiones.

Con paso firme se dirigió hacia Marta que parecía allí inmóvil, como paralizada por la situación y que observando la determinación de aquel pseudo-extraño parecía ligeramente incomoda.

Su mirada estaba fijada en la sonrisa de aquel desconocido que se le acercaba sin titubear y sólo fue capaz de sonreír antes de verse envuelta en un enorme abrazo, que le arrancó de su letargo inundándola de un olor a desodorante deportivo que lejos de desagradarle le inspiró una extraña confianza en aquel singular viajero.

Efusivas expresiones de alegría por el encuentro y volviendo a coger el asa de su maleta le sugirió ir a tomar algo.

Ascendieron juntos a la estación y justo frente a ellos un cartel de “La Barrila” les indicó que no sería necesario perder demasiado tiempo.

Una cafetería de centro comercial, nada especial, un lugar de paso, discreto al fin y al cabo, y más que suficiente.

Una mesa al fondo del bar parecía especialmente reservada para ambos.

Héctor dejó aparcada junto a ella su enrome maleta y sobre ésta, colocó cuidadosamente la mochila.

Marta tomó asiento mirando hacia la pared y de espaldas al resto del bar ya que le pareció la ubicación más discreta y en la que menos incómoda se llegaría a sentir.  

¿Qué va a ser? Preguntó una solícita camarera que se presentó de inmediato junto a ellos.

Y como a quien le es absolutamente indiferente qué tomar, Marta pidió una cerveza, "un vino tinto para mí, algo de la zona", añadió Héctor y con una ligera sonrisa y un guiño vertidos hacia su compañera de mesa, añadió, "defecto profesional, discúlpame no puedo evitarlo."

Los ojos de Marta, quizás por la situación, brillaban de una manera especial esa tarde y Héctor se recreó en ellos durante largo rato creando un silencio casi incómodo, roto por una pregunta directa e inesperada, "¿nos vamos al baño?", seguida de una profunda carcajada que evitó que ella se lo pudiese tomar en serio, rompiendo igualmente a reír junto a él.

En ese momento llegaron las bebidas, pagó al instante para evitar las prisas de última hora y varias frases insustanciales rellenaron aquellos primeros minutos de tensión.

Después cordialidad y halagos mutuos dieron paso a hablar de lo especial que era aquel encuentro para ambos y lo distinta que a partir de ese mismo instante sería su relación. 

Las copas ya vacías y el ambiente se había convertido en sorprendentemente cómodo, pero ya habían transcurrido casi cuarenta minutos, cuando Héctor alargando su mano hacia la mochila, sacó de ella una pequeña cajita de madera clara.

La deslizó hacia Marta sin soltarla ni retirar aun su mano y con un tono sobrio comenzó a hablar sobre mitología vasca como si alguien le hubiera preguntado al respecto.

Pasados un par de minutos, en los que Marta escuchaba con atención y llegado al punto que él quería, le ofreció la caja y le pidió que la abriera.

Un colgante con una especie de sol apareció en su interior y él recalcó: "es un eguzkilore", y siguió contando su historia durante otro par de minutos. 

Marta sin decir palabra enredaba el colgante jugando con él entre sus dedos y observaba a partes iguales a Héctor y a la singular figura.

¿Te lo puedo poner? preguntó, y ante el gesto de asentimiento, volvió a alargar su mano hacia la mochila de la que sacó una pequeña libreta y un bolígrafo de color naranja.