12. Un sabor agridulce.
Sus bocas ansiosas besaban, jugaban, mordían y follaban.
Daban y recibían placer mientras las manos recorrían sin destino fijo sus cuerpos desnudos.
El tiempo se les escapaba en cada jadeo, pero no estaban dispuestos a dejar de disfrutar cada milésima de segundo compartida.
Héctor con la cara empapada aceleraba el ritmo centrándose en rozar con cada lametón el clítoris de Marta con intención de lograr que se corriese en su boca.
Ella jugaba con su lengua sobre el glande mojado y cada dos o tres pasadas engullía entero el duro miembro rozándolo contra su paladar y fue en una de ellas cuando sintió la salpicadura llenar su boca y a Héctor perdiendo el control de su lengua en el juego sobre su coño chorreante.
Recuperado, su lengua se centró únicamente en el clítoris y un dedo como aparecido de la nada penetró suavemente por su culo haciendo que las piernas de Marta aprisionasen con fuerza su cabeza justo antes del ansiado final.
Continuaron abrazados, sin decir palabra y mirándose fijamente hasta que a las 7:12 sonó su despertador y besándola en los labios se levantó de la cama.
Mientras se iba vistiendo le pidió que se quedase allí y descansase, que odiaba las despedidas y mejor hacerla allí que un impersonal andén de estación.
Marta conteniendo una incipiente lágrima que deseaba escapársele logró, sin embargo, regalarle una sonrisa y un "gracias", mientras Héctor, ya en la puerta dejaba sus maletas para lanzarse sobre la cama dándole un último beso fugaz.
Se fue dejándole un sabor agridulce difícil de definir y aún más difícil de digerir, así que se abrazó a la almohada sobre la que él había dormido quedándose medio adormilada con el recuerdo de sensaciones que por desgracia, hacía ya demasiado tiempo que no sentía.
El sonido de una notificación en su móvil le sacó de su ensoñación, eran ya las 10:41 y Héctor que acababa de llegar a Huelva le enviaba un simple gif en blanco y negro de un beso en la mejilla y un “ya he llegado”.
Se hizo un selfie, tal cual estaba, abrazada a la almohada y se lo envió sin decir más.
Su sonrisa decía suficiente, lo decía todo y un “qué envidia me da, que está tan cerca de ti” llegó casi al instante mientras sin ni siquiera ser consciente, se sorprendió a sí misma frotando levemente su cuerpo contra la almohada aún impregnada de tan característico olor.
Apoyó el móvil contra la lámpara de la mesilla y lo dejó grabando, mientras recordando la noche anterior, a Héctor y también a Albert, continuaba frotándose, ahora intencionadamente, contra el inerte almohadón.
Apenas tardó en empezar a acariciarse y poco después en llevar su mano en busca de su sexo sin apartar la mirada de la pantalla del móvil.
Fue breve, acabó cerrando los ojos, sintió y se dejó llevar.
Placentero, gratificante, íntimo y disfrutado.
Tras acabar volvió a mirar fijamente a la cámara, lanzando un sonoro beso y paró la grabación.
Se levantó para vestirse y al girarse, el espejo del armario le devolvió la imagen de una mujer que ya apenas recordaba, empoderada y dueña de sí misma, hermosa y sonriente, desnuda y con un tenue rayo de sol iluminando su nuevo colgante.
Le gustó lo que veía, se sintió orgullosa, buscó su móvil, se fotografió y le envió la imagen a Héctor.