10. El cocinero.
Héctor miraba y disfrutaba en silencio hasta que Marta, saliendo de su escondite, visiblemente desinhibida, cómoda y confiada, con voz melosa pero firme, les pidió satisfacer una de sus fantasías aún pendiente.
Deseaba y exigía disfrutar de una doble penetración.
No hubo opción ni para la sorpresa y ambos deseaban ante todo, complacerla.
Se acercó a su bolso, extrajo dos preservativos y entregó uno a cada uno de sus atentos compañeros.
Héctor, reservando el suyo para un poco más adelante, arrebató de las manos del cocinero el sobrecito, lo abrió meticulosamente y se lo colocó a Albert en su majestuosa polla.
La enorme erección facilitó el trabajo, pero no obstante Héctor, agachandose frente a él, se introdujo el gran miembro en su boca, reajustando el preservativo, mientras jugaba con su lengua.
Indicó al cocinero que se tumbase sobre la mesa mientras Marta se subía su vestido por encima de la cintura.
Héctor posicionandose detrás suyo y cogiéndola de la cintura la alzó, colocándola sobre el sexo erecto de Albert, prácticamente clavándola en el mismo y de inmediato sus manos comenzaron a masajear el cautivador culo de Marta que en breve, gustosamente penetraría.
Comenzó a cabalgarlo sobre la mesa con las manos hundidas sobre el pecho del invitado, mientras sentía las manos y la polla creciente de Héctor jugar sobre sus posaderas, lubricando con sus propios flujos el agujero que estaba a punto de follar.
Ambos gemían ya casi acompasados cuando éste la metió de golpe golpeando con sus testículos a los de Albert y provocando con ello un escalofrío compartido.
Los jadeos y gemidos resonaban en la minúscula cocina y ninguno de los tres tuvo ningún reparo en expresarse con total libertad, aunque les fuese prácticamente imposible entenderse.
Perfectamente sincronizados como un reloj, una polla entraba en Marta mientras la otra iba saliendo de ella, el ritmo iba subiendo y con él, la profundidad de la penetraciones, todo ello con el consiguiente alboroto de gemidos y jadeos, hasta que tras un terrible espasmo, seguido de una sonora palabrota, Albert eyaculó tan fuerte dentro del chorreante y ardiente coño de Marta, que ni siquiera el látex impidió que lo sintiese como si la hubiera inundado.
Héctor acercando su mano impidió que sacase su polla de allí y él siguió penetrándola analmente hasta que, al poner sus manos sobre los pechos de Marta, ésta inundó ambas pollas con una corrida cálida y abundante que fue el detonante para que Héctor hiciera lo propio, y sintiéndose empalada por las dos pollas calientes, palpitantes y duras aún, se dejó caer sobre el cocinero besándolo en los labios.
Tardaron pocos segundos en incorporarse y Albert notablemente nervioso comenzó de inmediato a recoger sus enseres y meterlos en la bolsa con la intención de desaparecer de allí ipsofacto.
Le observaban entre incrédulos y divertidos hasta que una vez en la puerta, les dio las gracias y prácticamente salió corriendo.
Ambos rompieron a reír y volvieron a la terraza a refrescarse con una nueva copa de cava mientras respiraban aire fresco.
Fue cuando empezaron a comentar lo que acababa de suceder cuando Héctor con una sonrisa pícara, confesó.
"Lo tengo grabado, ¿quieres verlo?"
Y cogiéndola de la mano fueron al salón donde semioculta sobre una estantería y enfocando a la puerta de la cocina, una cámara de fotos enfocaba hacia la mesa.
"Al verte pedirle disculpas de esa manera, no pude resistirme", alegó y volvió a repetir su pregunta, "¿quieres verlo?"